Algo dentro de mí crujió en el
silencio que me habita. Era la vida condenada a los lindes de la sombra,
recluida en una boca cosida con cabellos porque ¿qué se dice en estas
circunstancias? Y, sin embargo, la vida se agota, gota a gota, sin fuerza para
detener su escape. Sí: escapa de mí y no me queda voluntad para contenerla.
El
segundo impacto ha llegado, mucho antes de lo previsto. Llega Ana con su amarga
letanía: “no eres suficiente”. Y en verdad no soy suficiente. He intentado
acallar esa voz que me tortura cada día, pero ya no queda resistencia en este
cuerpo devorado por la imagen del espejo.
¿Debería
luchar?, ¿debería entregarme a una nueva batalla?, ¿debería aguardar una
esperanza? Quizás no. Al menos eso me susurra el corazón. Se han agotado mis latidos.
Se acabaron los motivos. Eso que llaman “esperanza” terminó por ceder a la
locura de la desesperanza. En este cuerpo solo resta el escombro de una vida
que nunca llegó a consumarse.
He
confiado. Y quizás ese fue mi error: confiar. Ana se empeñó en desconfiar del
mundo. Me lo repetía a todas horas, pero la vida en el silencio pesaba
demasiado. Confié. Nunca antes me he arrepentido de algo, pero en esta ocasión
me arrepiento de confiar. La emoción me cegó. Y me dejé llevar.
Hoy
también me dejo llevar: por el peso de las circunstancias, por la consecuencia
de mis palabras, de mis decisiones, de mis emociones y de mi confianza.
Entregué lo último de mí. Hoy que no queda nada, este cuerpo ha perdido
relevancia. Por seguir a una estrella fugaz perdí la belleza de una galaxia
entera.
¿Debería
decir que “lo siento”?, ¿que todo esto es solo un bache en el camino?, ¿que Ana
me impide pensar con claridad?, ¿para qué?, ¿por qué?, ¿a quién le puedo
interesar? Imposible que alguien pueda estar en mi lugar. Únicamente los “hijos
de Ana” sabemos qué se siente estar en esta piel que te oprime.
Este
mundo de palabras amargas tiene una lógica distinta al mundo en derredor. No
vale la pena insistir en ello. Nadie lo entendería. Fui incapaz de esbozar una
sonrisa en la boda de mi hermana. Nadie podría comprender la razón. Sería vano
insistir en que aquí dentro ya no quedan emociones más allá de la amargura, el
odio, el resentimiento y un tanto de desesperanza.
Ojalá
tuviera control sobre mí. Hace mucho que dejé de pertenecerme. Ana ha invadido
todo esto y ya no me quedan fuerzas para oponerme. Que sea lo que Ana decida.
Pero que no demore.
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