6 de julio de 2016

Se acaban los latidos


Algo dentro de mí crujió en el silencio que me habita. Era la vida condenada a los lindes de la sombra, recluida en una boca cosida con cabellos porque ¿qué se dice en estas circunstancias? Y, sin embargo, la vida se agota, gota a gota, sin fuerza para detener su escape. Sí: escapa de mí y no me queda voluntad para contenerla.

         El segundo impacto ha llegado, mucho antes de lo previsto. Llega Ana con su amarga letanía: “no eres suficiente”. Y en verdad no soy suficiente. He intentado acallar esa voz que me tortura cada día, pero ya no queda resistencia en este cuerpo devorado por la imagen del espejo.
         ¿Debería luchar?, ¿debería entregarme a una nueva batalla?, ¿debería aguardar una esperanza? Quizás no. Al menos eso me susurra el corazón. Se han agotado mis latidos. Se acabaron los motivos. Eso que llaman “esperanza” terminó por ceder a la locura de la desesperanza. En este cuerpo solo resta el escombro de una vida que nunca llegó a consumarse.
         He confiado. Y quizás ese fue mi error: confiar. Ana se empeñó en desconfiar del mundo. Me lo repetía a todas horas, pero la vida en el silencio pesaba demasiado. Confié. Nunca antes me he arrepentido de algo, pero en esta ocasión me arrepiento de confiar. La emoción me cegó. Y me dejé llevar.
         Hoy también me dejo llevar: por el peso de las circunstancias, por la consecuencia de mis palabras, de mis decisiones, de mis emociones y de mi confianza. Entregué lo último de mí. Hoy que no queda nada, este cuerpo ha perdido relevancia. Por seguir a una estrella fugaz perdí la belleza de una galaxia entera.
         ¿Debería decir que “lo siento”?, ¿que todo esto es solo un bache en el camino?, ¿que Ana me impide pensar con claridad?, ¿para qué?, ¿por qué?, ¿a quién le puedo interesar? Imposible que alguien pueda estar en mi lugar. Únicamente los “hijos de Ana” sabemos qué se siente estar en esta piel que te oprime.
         Este mundo de palabras amargas tiene una lógica distinta al mundo en derredor. No vale la pena insistir en ello. Nadie lo entendería. Fui incapaz de esbozar una sonrisa en la boda de mi hermana. Nadie podría comprender la razón. Sería vano insistir en que aquí dentro ya no quedan emociones más allá de la amargura, el odio, el resentimiento y un tanto de desesperanza.
         Ojalá tuviera control sobre mí. Hace mucho que dejé de pertenecerme. Ana ha invadido todo esto y ya no me quedan fuerzas para oponerme. Que sea lo que Ana decida. Pero que no demore.

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