Dicen que forjar un hábito lleva
solo treinta días. Luego el hábito, si continúa, se hace costumbre y más tarde,
una tradición. Si ceñimos esta dinámica a lo laboral, hablaríamos de
disciplina, de vocación y voluntad condensadas en un concepto: la dedicación.
El
esmero y el empeño que ponemos a cada cosa que realizamos influye mucho en el
resultado y la calidad del resultado. La dedicación tiene mucho que ver con la
pasión y entrega con la que se realizan las cosas, la constancia, la superación
de metas (más por convicción personal), una especie de chispa que hace que las
cosas en nuestro entorno se pongan en movimiento, con resultados visibles hacia
el exterior, pero con un cambio muy importante hacia el interior.
Cuando
una persona imprime dedicación a las cosas que realiza, se nota. Las personas
que simulan dedicación también dan muestras de ello, aunque el receptor del
mensaje y su circunstancia e historial influyen en la aceptación o rechazo de
esa simulación.
Si
no existieran personas dedicadas y comprometidas con lo que hacen, seguramente
la humanidad ya se habría extinguido desde antes de los tiempos de Cristo. Y lo
menciono porque la dedicación nada tiene qué ver con un credo o una religión.
Es algo que se desarrolla desde el interior y se puede multiplicar hacia el
exterior.
Se
puede tener fe en algo, pero confiar el resultado a un factor externo sin que
uno mismo se involucre solo puede llevar a un silencio prolongado, una estasis,
una incertidumbre que no deja buen sabor de boca. Bien decían los grandes
genios de la historia de la humanidad: que la inspiración te llegue mientras
trabajas.
La
dedicación es la muestra más clara de que hay seres cuya lógica de pensamiento
es que las cosas funcionen, para bien o para mal, pero que funcionen. Aquellas
personas que no imprimen dedicación a las cosas que realizan solo demuestran
que poco les interesa que las cosas funcionen, al contrario, su empeño está en
que las cosas no funcionen, para bien o para mal.
Lamentablemente,
la dedicación solo se reconoce una vez que la persona ha partido. Rara vez se
tiene la madurez para reconocer ese empeño diario mientras la persona está en
vida. ¿Por qué resultará tan “difícil” reconocer los aciertos de los otros?
Vivo
tiempos que no entiendo, tiempos en los que el éxito personal está por encima
del desarrollo comunitario, colectivo, de bienestar común. Son tiempos de un
individualismo que violenta, que segrega, que margina. Lejos están los tiempos
de las causas comunes y las luchas hombro a hombro.
Ojalá
que el silencio me devore pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario