Dicen que uno expresa su afecto
hacia los otros a través de los alimentos. Incluso hay un dicho tradicional que
afirma que “a un hombre se le enamora por el estómago”. Visión patriarcal,
podría ser (no estoy muy segura), aunque seguimos vinculando esa perspectiva
del afecto a través de la preparación de los alimentos.
Hay
psicólogos que dan razón a esta visión de las cosas cuando aseguran que muchos
de los trastornos alimenticios son en realidad un rechazo al amor de la madre.
Esta expresa su afecto a través de la preparación de los alimentos y la persona
con el trastorno de alimentación, de manera consciente o inconsciente, renuncia
a ese afecto.
Lo
que es cierto es que independientemente del sexo y el género de una persona,
cuando prepara alimentos imprime una huella personal que se refleja en un mundo
de sabores variados, aunque se siga una misma receta con medidas y porciones
bien calculadas.
Un
guisado puede llevar una misma receta y siempre ha de variar el sabor del plato
final dependiendo del sazón que tenga la persona que prepara los alimentos,
porque la cocina también es un espacio de creación donde uno expresa ese
paisaje interior que nos habita.
Entre
los fieles de la tradición cristiana hay una vieja creencia de que para
preparar los alimentos primero hay que encontrarse “bien” en sus emociones; de
lo contrario, esa inestabilidad o negatividad emocional se trasladará hacia los
alimentos y afectaremos emocionalmente a la persona que los consuma.
Sin
embargo, en la vida cotidiana, independientemente de las creencias que cada
persona tenga, la alimentación continúa siendo un instinto básico y con
frecuencia nos es muy difícil preparar los alimentos “hasta estar bien”
emocionalmente. Eso se refleja en guisados con exceso de sal o desabridos,
resecos o demasiado pastosos, aún crudos o con una textura muy diferente a la
que esperábamos.
Cuando
entro a la cocina me agrada el momento de picar cebollas. Mi congoja se
transmuta para convertirse en lágrimas que a menudo no pueden escapar de mi
silencio. Y me permito llorar, motivada por el intenso aroma que desprenden las
cebollas al ser partidas.
Pero
rara vez me he permitido cocinar para alguien más. Mis emociones no merecen ser
compartidas porque es un sufrimiento personal y en cada bocado me devoro los
silencios que nunca han podido traspasar la celda de mi boca. Si tuviera amor
para dar, otra cosa sería.
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