22 de octubre de 2019

231. El sazón


Dicen que uno expresa su afecto hacia los otros a través de los alimentos. Incluso hay un dicho tradicional que afirma que “a un hombre se le enamora por el estómago”. Visión patriarcal, podría ser (no estoy muy segura), aunque seguimos vinculando esa perspectiva del afecto a través de la preparación de los alimentos.

         Hay psicólogos que dan razón a esta visión de las cosas cuando aseguran que muchos de los trastornos alimenticios son en realidad un rechazo al amor de la madre. Esta expresa su afecto a través de la preparación de los alimentos y la persona con el trastorno de alimentación, de manera consciente o inconsciente, renuncia a ese afecto.
         Lo que es cierto es que independientemente del sexo y el género de una persona, cuando prepara alimentos imprime una huella personal que se refleja en un mundo de sabores variados, aunque se siga una misma receta con medidas y porciones bien calculadas.
         Un guisado puede llevar una misma receta y siempre ha de variar el sabor del plato final dependiendo del sazón que tenga la persona que prepara los alimentos, porque la cocina también es un espacio de creación donde uno expresa ese paisaje interior que nos habita.
         Entre los fieles de la tradición cristiana hay una vieja creencia de que para preparar los alimentos primero hay que encontrarse “bien” en sus emociones; de lo contrario, esa inestabilidad o negatividad emocional se trasladará hacia los alimentos y afectaremos emocionalmente a la persona que los consuma.
         Sin embargo, en la vida cotidiana, independientemente de las creencias que cada persona tenga, la alimentación continúa siendo un instinto básico y con frecuencia nos es muy difícil preparar los alimentos “hasta estar bien” emocionalmente. Eso se refleja en guisados con exceso de sal o desabridos, resecos o demasiado pastosos, aún crudos o con una textura muy diferente a la que esperábamos.
         Cuando entro a la cocina me agrada el momento de picar cebollas. Mi congoja se transmuta para convertirse en lágrimas que a menudo no pueden escapar de mi silencio. Y me permito llorar, motivada por el intenso aroma que desprenden las cebollas al ser partidas.
         Pero rara vez me he permitido cocinar para alguien más. Mis emociones no merecen ser compartidas porque es un sufrimiento personal y en cada bocado me devoro los silencios que nunca han podido traspasar la celda de mi boca. Si tuviera amor para dar, otra cosa sería.

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