26 de octubre de 2019

243. El prolegómeno


Conocí a alguien que siempre recomendaba saltarse el prólogo de los libros y comenzar a leer directamente la obra. Su sugerencia estaba basada en que, de leer el prólogo y luego la obra estaríamos leyendo con prejuicios o bajo cierta perspectiva que limitaría nuestro escenario de interpretación completo.

         Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que un prolegómeno es un “tratado que se pone al principio de una obra o escrito, para establecer los fundamentos generales de la materia que se ha de tratar después”, pero también una “preparación, introducción excesiva o innecesaria de algo”.
         Algo de eso tiene el sistema educativo. En el sistema occidental basado en un modelo de producción-consumo perdemos diecisiete años en la enseñanza educativa: nivel básico, nivel medio, nivel medio superior y nivel superior. Al egresar de este último grado advertimos que la enseñanza previa, el marco teórico, es inútil cuando lo llevamos a la práctica.
         Si el programa del sistema educativo estuviera basado en desarrollar habilidades y destrezas para la vida cotidiana, tal vez sería de utilidad ese prolegómeno de la vida adulta, la que nos curte, la que intensifica los momentos y nos lleva a todo tipo de experiencias hasta que sucede lo que ha de suceder.
         En la cotidianidad también nos encontramos con personas que se valen de un prolegómeno en cada relación. Ignoro si será por esa necesidad de generar una impresión ante el “otro” o si responde más bien a una naturaleza con determinada lógica que de manera obligada requiere explicar el contexto, la circunstancia de un hecho que ha de narrar, en lugar de contarlo directamente como fue.
         Muchas veces pensamos que el “otro” no será capaz de entender un hecho o circunstancia si desconoce el contexto. En parte es cierto, pero también implica subestimar la capacidad de razonamiento del “otro”. ¿Acaso la falta de conocimiento sobre las circunstancias en que fueron redactadas las sagradas escrituras de la tradición judeocristiana nos ha impedido leerlas y entenderlas?
         Claro que es una pregunta que esconde algo capcioso: podemos leer y entender las sagradas escrituras de la tradición judeocristiana, pero según nuestra circunstancia, nuestro historial nuestros antecedentes, incluso el momento en el que leemos las sagradas escrituras, la interpretación puede diferir de la que tenga el “otro”.
         Mi vida es un libro abierto, sin prolegómenos, pero con un laberinto que requeriría de un prolegómeno. Omitirlo llevaría al lector a una lectura de sombras y silencios que no tienen lógica. ¿Algún día será escrito?

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