27 de octubre de 2019

255. El brote


¿Les he contado que tengo la manía de robar las plantas de mis vecinos? Tal vez no la planta completa, pero al menos corto un brote para germinarlo y plantarlo en mi propio jardín. No soy la única que lo hace, y no sé si será un delito, aunque es una práctica común entre quienes tenemos buena mano para las plantas.

         Siempre me maravilla la gracia y la fuerza con la que un pequeño brote (en algunos casos se ha tratado tan solo una hoja) echa raíces y se aferra a la vida para seguir floreciendo, como una muestra de que la naturaleza está diseñada para abrirse camino a pesar del hombre (el hecho de ser arrancada de su fuente original, lo que inevitablemente le provoca un daño).
         El conocimiento que nos puede aportar la agronomía, la biología o la botánica podría explicar en gran parte por qué de manera empírica hay personas a quienes se nos facilita revivir esos brotes y hay otras personas a las que simplemente no se les da.
         Tal vez no tengo una personalidad que puedan vincular con el cuidado de las plantas. A veces es más un imaginario sobre ancianas que no tienen mayor quehacer en su tercera edad y brindan el afecto que tienen hacia sus plantas.
         Afecto no tengo, menos me sobra, pero quizá existe un lazo de empatía y ese vínculo me ha permitido transmitir todo aquello que no puedo expresar en palabras, eso que yace aquí dentro, muy en el fondo, y que se comunica a las plantas a través de latidos y vibraciones.
         Lo más sencillo es practicar con los geranios o malvas porque tienen la resistencia suficiente para abrirse paso por la vida, incluso en medio del pavimento (¿cuántos geranios habré visto florecer en la selva de concreto y asfalto de las ciudades?). Basta con colocar un brote en un vaso con agua cerca de una ventana y al cabo de los días habrá echado raíces.
         Sin embargo hay otras plantas que requieren de otras técnicas para abrirse camino y ahí es donde nuestras manos juegan un papel fundamental. Pongo como ejemplo los frutales. Cortar un brote y colocarlo en agua definitivamente es condenar ese brote a la muerte.
         Primero habría que raspar la base del brote que deseamos trasplantar hasta descubrir el interior del tallo, luego recurrimos a un poco de tierra húmeda y una bolsa para cubrir esa parte expuesta y humedecerla conforme pasan los días hasta descubrir de pronto que ya echó raíz.
         En el entorno social hay personas que transitan por la vida como los brotes. Algunas se abren camino con facilidad, mientras que otras requieren de una mano externa para sobrevivir y encontrar un nuevo hogar.
         A mí me arrancaron de raíz desde el primer momento, pero hierba mala nunca muere. Me abrí camino por la vida, a pesar de renunciar a ella. Mis raíces son inservibles, nunca se apropiaron de un hogar. No tengo más patria que el silencio.

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