26 de octubre de 2019

241. La libélula


Hace tiempo conocí un proyecto musical llamado Amethystium, cuya primera producción musical, “Odonata”, era ilustrada en portada con una libélula plateada, insecto que se repetiría en sus siguientes producciones de carácter ambiental-experimental.

         Me resulta curioso que la libélula a menudo ha sido utilizada como un símbolo en temas de fantasía, desde la literatura, la música, la pintura, el cine, la danza... las bellas artes en general. Un insecto que normalmente vive en las orillas de estanques y ríos, pero que ha sido visto en otros escenarios.
         En mi juventud realicé algunos viajes a manantiales o lagunas donde era frecuente ver libélulas. Al principio sorprendía el suave sonido que emitían sus alas durante el vuelo, la larga silueta primero en colores azules que luego pasaban al tornasol y su delicado posar sobre la superficie del agua para después alzar el vuelo y escapar hacia quién sabe dónde.
         A diferencia de otros insectos, como los mosquitos, las moscas, los zancudos, las abejas y las avispas, la presencia de una libélula es similar al de las mariposas: generan una breve sensación de bienestar, incluso un atisbo de alegría, aunque en el caso de la libélula es más fuerte la impresión de encontrarse en un momento mágico, como si la propia libélula fuera un ser etéreo que llegara a nuestra presencia como un presagio de algo divino que se acerca.
         En algunas historias del folclor nórdico y de la Europa Occidental, la libélula es una imagen recurrente como la personificación de almas puras que llegan para guiarnos. A veces la libélula cobra nuevas formas, como hadas, duendes o querubines que portan algún mensaje, y en sus alas cargan polvos dorados y plateados para rodearnos de bendiciones ante el camino que habremos de emprender.
         Independientemente de las diferentes creencias en torno a la figura de la libélula, lo que es cierto es que su presencia, su solo avistamiento, genera de manera curiosa una sensación de confort y bienestar, como una pequeña chispa que podría despertar alegría y felicidad.
         Pero si miramos de cerca a estos insectos, la verdad es que son horribles: figura alargada, con pelos en algunas partes (especialmente en las patas), unos grandes ojos similares al de las moscas, y una larga boca que parece aguja. Lo curioso es que no nos despierta repulsión (al menos a la mayoría), porque prevalece esa sensación positiva sobre nuestro cuerpo y nuestra mente.
         Si me dieran la opción de ser libélula, la rechazaría. Mi destino no es generar bienestar ni alegría en los otros.

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