27 de octubre de 2019

253. La inopia


Debajo de los puentes de las grandes urbes uno aún puede encontrar esas muestras de deshumanización que retratan la peor indigencia, la peor pobreza, el peor abandono de una persona. Y no es una situación exclusiva del siglo XXI, ha sido una constante a lo largo de los siglos, aunque en diferentes sitios donde se recluyen los marginados.

         Lo viví un tiempo, a la muerte de Rebeca, en periodos de guerra donde la escasez y la violencia marcaron los peores años del siglo XXI. Viví en la calle, debajo de los puentes, en los umbrales de las grandes casas que me podían brindar un refugio temporal frente a la lluvia. Lo viví de una forma cruda y me convirtió en lo que he sido desde entonces: una Ofelia con el corazón masticado por las bestias.
         Pero hay una diferencia muy grande entre vivir en la inopia y en la indigencia. Hay personalidades que a pesar de tener los medios y los recursos para garantizarse un mayor bienestar, cubriendo más allá de los satisfactores básicos para cualquier ser humano, deciden llevar una vida de austeridad que a veces raya en la indigencia.
         ¿Tacañería? Puede ser. Hay quienes miden y pesan cada gramo de azúcar que le ponen a su taza de té e incluso cuentan los centavos para pagar cualquier artículo de oferta, a pesar de llevar dinero suficiente para comprar el artículo más caro en el aparador.
         Sin embargo, hay otro tipo de indigencia que muestra la deshumanización de estos tiempos. Hay ciudades que en cada calle encuentras gente que pide limosna para sobrevivir al día y uno desconoce sus historias, episodios que se sumergen en el mar de indigentes (reales o aparentes) que extienden su mano y con voz lastimera piden alguna moneda.
         Los hay falsos, aquellos que utilizan sus peores prendas y omiten el aseo diario para acentuar su indigencia, pero regularmente obtienen más recursos de esta actividad (y en menor tiempo) que si trabajaran de manera honesta, pagando impuestos, con un horario regular en alguna empresa.
         Gracias a ellos hoy nos es difícil distinguir a quienes realmente necesitan ayuda, aquellos para quienes una moneda haría la diferencia entre un alimento o pasar otro día apretando el cinturón, sin siquiera llevarse una gota de agua a la boca para aplacar la sed.
         Vivir en la inopia en las grandes urbes también puede compararse con el sufrimiento de la pobreza en los países tercermundistas, donde buena parte de la población no tiene garantizado el alimento, uno de los principales satisfactores básicos y sin el cual no se puede acceder a otros satisfactores para mejorar la calidad de vida.
         Cada vez que pensemos en la pobreza, advirtamos la posición de privilegio de la que gozamos, al menos por tener un alimento al día.

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