Los meses pasan y a pesar de mi
renuencia, vuelvo a este espacio donde puedo dar orden a mi locura para
entender un poco de lo que ocurre dentro. La voz de Ana persiste y poco a poco
me acerco al umbral de una recaída. Otra. Una más en la cuenta de la vida. Es
curioso cómo Ana de forma paulatina va erigiendo un cerco que aparta a los
demás y me sume en el silencio nuevamente. Pero hablamos de la palabra hablada.
Ana a menudo olvida que me he valido de la palabra escrita para no caer en picada.
30 de octubre de 2017
1 de marzo de 2017
La recaída
Ana despierta después de un letargo de apenas unos
meses. Llevo días sintiendo cómo se apodera nuevamente de esta anatomía que se
ha dejado llevar por la locura. Su voz apenas es un susurro, pero evoca viejas
memorias que duelen demasiado para ser escritas por este medio. No sé si tengo
voluntad para resistir otro embate. Esto de las recaídas es tan complicado.
6 de julio de 2016
Se acaban los latidos
Algo dentro de mí crujió en el
silencio que me habita. Era la vida condenada a los lindes de la sombra,
recluida en una boca cosida con cabellos porque ¿qué se dice en estas
circunstancias? Y, sin embargo, la vida se agota, gota a gota, sin fuerza para
detener su escape. Sí: escapa de mí y no me queda voluntad para contenerla.
4 de julio de 2016
La vida en el silencio
Después de tanto tiempo de vivir
con Ana llega un punto en el que pierdes la capacidad de sentir emociones más
allá del rencor, el resentimiento, la amargura y una sensación de vacío que no
tiene par. Tu rostro se vuelve inexpresivo, aunque la ausencia de sonrisa es
interpretada por “los otros” como el reflejo de un aparente enojo. Ya lo he
dicho en ocasiones anteriores: el mundo no sabe lidiar con el dolor ajeno.
14 de junio de 2016
“Aprende a dudar de una persona con TCA”
Este blog se ha convertido en una
cosa rara. Una mezcla de tantas cosas que a menudo desconozco sobre qué debo
escribir. Sin embargo, creo que la idea general es dar un panorama de lo que
vive aquí dentro, en silencio, lo que ocurre con una persona que “vive” con un
trastorno de conducta alimenticia (TCA). Quizás mis palabras den un poco de luz
a quienes tienen entre sus amistades a alguien que pase por la misma
circunstancia.
Hoy
me encuentro en mi escritorio, como usualmente hago. La diferencia es que el
alcohol me vuelve más sincero que de costumbre, a tal grado que he perdido
algunas amistades por exceso de franqueza. Y, sin embargo, en este instante ha
dejado de importarme la opinión de los demás. Hoy me sé vulnerable, de nuevo en
esa gruta en la que habita la voz de Ana y su terrible condena: “no eres
suficiente”.
Podría
decir que nadie debería creer cuando digo que estoy bien. La realidad es que
nunca es así, ocurre siempre todo lo contrario cuando se trata de mí. Si digo
“no hay problema”, en realidad por dentro las venas se dejan vaciar y están
dispuestas a ceder a esa manía de abandonarme al eco.
14 de mayo de 2015
El umbral de la partida
Por unos meses huí de la sombra
en el espejo. Ahora retorno, quizás de forma definitiva. Ahora entiendo mejor
esto que ocurre dentro. Es parte de mí, de las palabras vaciadas en la
escritura. Sin mí (sin Ana) no existirían.
Me
permití el pecado, el abandono hacia el instinto, la entrega dolorosa a un acto
demasiado humano. ¿Me arrepiento? Sí, tal vez más de lo que pueda expresar con
palabras. La culpa pesa demasiado, a costa del silencio, de este escape de mí,
de mi monstruo en el espejo.
En
mi vergüenza, me repito: “no volverá a pasar”. Y será una amarga letanía, tan
persistente como la voz de Ana y su condena: “no eres suficiente”. Sin embargo,
ahora, en este instante, entiendo por qué me dejé llevar (entonces) por la voz
de Ana.
Por
un momento creí que existía la posibilidad de recuperación. ¿Fui feliz? Tal
vez, en algún instante indefinido, pero en el fondo la voz de Ana seguía
gritando, olvidada en los escombros de mi sombra, advirtiéndome de lo que
ocurriría. Hoy veo con pesar las consecuencias.
Así
pues, ¿cómo retomar la senda?, ¿cómo volver sobre los pasos?, ¿cómo asumir una
nueva rutina? Me siento como un atleta que ha perdido condición. No obstante,
me niego a creer que la lucha está perdida. Si algo aprendí de Ana fue el valor
de la fortaleza, la perseverancia, la disciplina.
En
estos meses hubo quienes me dieron un gran ejemplo de esta disciplina. Sé que
hoy ya no están “aquí”, pero no es tristeza lo que siento; es orgullo.
Finalmente lo lograron gracias a esa férrea disciplina. Es algo que nos
caracteriza a las personas obsesivas compulsivas. Y cada día hay un nuevo
límite.
Por
eso, mi nuevo límite ya está fijado. 19 de diciembre. Así pensé entonces. Así
pienso ahora. Así sea.
16 de marzo de 2015
Llegar a ser tampoco es suficiente
No fui suficiente. En todos estos
años no he sido suficiente. Y de noche, cuando se escucha el rumor de lo que
fue el día, mi mente aún se pregunta si alguna vez seré suficiente. Pienso en
todas las posibilidades, reales y ficticias, para “llegar a ser”. Así vivo mi
insomnio.
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