Exiliada a
las profundidades de la negación en el espejo, esta Quimera Falconiforme se
cansó de vivir a la sombra del reflejo. No soy un monstruo, soy una “belleza
rara” condenada a un claustro forjado con palabras demasiado hirientes para ser
escritas. Obscena, pérfida, un altar erigido en nombre del escarnio y la verdad
incómoda. Todo esto sigue latiendo en esta celda de huesos.
Pero cada día me revelo entre las
clavículas de un escote en “V”, en el arco formado por dos piernas tan delgadas
como la certidumbre, en la cintura breve sometida al impulso de devorar el
mundo en un bocado. ¿Por qué ser grato a “los otros” cuando esos “otros” no
pueden admitir la sombra en el espejo? Yo soy esto, aquí, debajo, lo que late
entre los nervios que me impulsan a ahogarme en el alcohol a la primera
oportunidad.
¿Y qué obtengo a cambio? A veces pienso
en la soledad tan anhelada, ese momento de silencio que me permita vaciarme de
palabras para no hacer tan opresora esta celda que amenaza mi existencia. Tal
vez por dicha razón me mantengo al borde de la vida y la muerte: ahí está el
límite, la frontera, el punto neutro que no es blanco ni es negro. Una
existencia gris.
En el fondo, pérfida, maldita, una
presencia incómoda. Pero esta silueta cortada en un patrón único e irrepetible
obliga a otros ojos a posarse en él para descubrir una estética distinta. Soy
una Quimera Falconiforme que gusta de romper esquemas, analítica, silenciosa,
observadora del mundo que transcurre en derredor mientras, con ojo crítico,
intenta desentrañar el misterio de la existencia humana.
Y entonces me sumerjo en el discurso de
los cuerpos para no perder el instante, el “aquí y ahora” en el que habita un
código promisorio para entenderme. ¿Por qué así?, ¿por qué de este modo?, ¿por
qué bajo tales circunstancias? Porque las quimeras no podemos vivir más allá
del antifaz. Dejamos huellas claras que solo aquellos que pertenecen a nuestra
especie pueden advertir.
Renegar de la existencia parece un acto
nimio cuando el deseo de “sobrevivir” arremete con fuerza en la ficción
transcrita en dos libros ya publicados y otros proyectos más que vienen en
camino. Pero es solo un destello, la punta del iceberg, una epifanía aislada
del contexto en su complejidad.
“Soy” porque lucho por “ser”. Me
derramo entre las líneas escritas para dar fe y constancia de que aún habito en
este cuerpo de mirada errante y apariencia frágil. No es locura. No es
extrañamiento. Es el reconocimiento del propio “yo” en los límites del cuerpo.
Saberme quimera noche y día, un ente de atracción y repulsión que despierta
curiosidad y aversión según la circunstancia.
Pero aquí estoy. Aquí sigo en pie de
lucha. Una quimera encerrada en el cuerpo de un escritor que no aspira a nada
más que a liberarse de mi presencia y, sin embargo, teme el abandono y el
silencio. El mundo, al final, será solo eso: silencio.
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