Para nadie es secreto que tengo
una cuenta “extra” en Facebook. Irreverente. Ácida. Ponzoñosa. Cruel. Pero, en
el fondo, demasiado sensible para ver “el mundo”. Ya no recuerdo cuántas cosas
he vaciado ahí. Quizás una vida entera. Sin embargo, al final me quedo con la
experiencia. Dicha cuenta aún sobrevive. La lista de contactos parece un coctel
suicida. “Hijos de Ana y Mía”. Punchers. Dreamers. Catchers. Chasers. EDNOS.
Navels. Amos y Esclavos. Pedófilos. Paidófilos. Esquizofrénicos. De
personalidades múltiples. Y “Yo”.
Lo
que acontece en dicha cuenta me ha servido últimamente para concretar uno de
mis proyectos, no sin antes haber pasado por amargas experiencias que, debido a
mi naturaleza, me es difícil olvidar. Este cúmulo de perfiles que vacían su
“Yo” en mi muro me han permitido hacer una radiografía de una mente trastornada
en su propia percepción como “cosa”. La naturaleza humana va más allá del
binomio “activo/pasivo”.
Hasta
el momento lo que he descubierto es una experiencia sensitiva que va más allá
del cuerpo. Mi labor como escritor ha consistido en retratar esa anatomía que
subyace en el discurso de los cuerpos. ¿Qué ven?, ¿qué sienten?, ¿cómo
sienten?, ¿por qué “son”?, ¿por qué hacen lo que hacen?, ¿para qué? Y en ese
discurrir de preguntas también intento analizar mi propia naturaleza quimérica.
Se
mutila el cuerpo como un acto de pertenencia. Es “mío” y yo decido qué hago con
él. Es quizás el argumento de alguien a quien le ha sido vedado todo. Todo.
Alguien demasiado sensible para enfrentar esa “pérdida” y cuya única ruta de
escape la encuentra en sí mismo, en su propio cuerpo, ante la falta de alguien
en quién depositar su duelo. Pero, como reza la voz de Ana: “no es suficiente
(nunca es suficiente/no eres suficiente)”.
Con
el tiempo uno pierde la ruta y se deja llevar por los brazos abiertos del dolor,
el único refugio disponible, porque para los “otros” es más fácil lidiar con el
dolor propio que con el dolor ajeno. Así de simple y, sin embargo, es tan
complicado de entender para quienes no viven en los zapatos de las mentes
torturadas por sus propios demonios porque, hay que reconocerlo, uno teme
aquello que desconoce.
Uno
de mis proyectos en marcha es un intento por poner al lector en los zapatos de
esos individuos cuyas voces no les permiten “llegar a ser”. Para ese proyecto,
se requiere meterse en la piel de las voces que testifican el dolor de ser “si
mismas”. ¿Por qué escribir otro drama?, ¿no fue suficiente con Las horas fortuitas y Amarás la sombra de tu cuerpo? En
definitiva, no. Yo mismo me reconozco “drama” y creo que solo el drama puede
llegar a remover el pensamiento de un lector.
No
se aprende de la sonrisa: se aprende de los golpes de la vida.
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