26 de mayo de 2014

Des-motivar la lectura

Medir el nivel de lectura a partir del número de libros leídos en el año siempre me ha parecido un error, por decir lo menos. Recientemente el INEGI publicó (con datos del 2012) que los mexicanos leen 2.94 libros al año y que cada uno gasta alrededor de 72 pesos en el mismo lapso (¿cuánto cuesta un libro actualmente?).
         No obstante, en los medios de comunicación (ya sea impresos o electrónicos) la noticia circuló de forma sesgada, pues la nota metodológica del estudio aclara que la categoría “libros” incluye cualquier tipo de texto impreso, entiéndase “libro”, revista, periódico, pasquín, folleto, partituras... En consecuencia, ese “alto” nivel de lectura del que muchos hicieron gala (en especial las “autoridades”) no es tan alto como parece.
         Como escritor, esas cifras solo me indican una “eficiencia” en el consumo. Y, sin embargo, también me pregunto: ¿qué tipo de textos leen los mexicanos?, ¿cuál es el perfil del lector mexicano? Desconozco si alguien haya realizado un estudio al respecto en los últimos años (de ser así, agradecería que alguien me hiciera llegar la información).
         Sería interesante saber qué temas buscan, a qué autores, de qué épocas, qué género es el más solicitado. En suma, tener un “mapa” que ayude a los nuevos autores y a las editoriales a mejorar “el mercado”, por decirlo de alguna manera. Por supuesto, hay lectores para todo tipo de textos, pero tal vez conocer a fondo este “mercado” ayude a desarrollar estrategias de lectura que vayan más allá de un acumulado anual de libros leídos en un año.
         El estudio del INEGI refiere que durante los últimos 50 años entre los libros más leídos en el mundo se encuentran la Biblia, las Citas de Mao Tse-Tung, Harry Potter y El Señor de los Anillos. En México, los géneros de lectura preferidos son novela (¿de qué tipo?, ¿con qué temas?, ¿de qué época?), historia (¿novelada?, ¿“tradicional”?) y superación personal. La poesía parece no tener cabida entre los lectores mexicanos, de acuerdo con el estudio.
         No obstante, ¿qué falta al análisis estadístico del INEGI? Desde mi perspectiva, hay un vacío muy grande respecto a la comprensión lectora. En mi paso por la vida he tenido la suerte de estudiar en escuelas públicas y privadas, lo que me ha permitido ver los contrastes entre un sistema y otro.
         Recuerdo una clase de Español en primaria, centrada en la “capacidad de lectura” de nosotros, jóvenes imberbes de apenas 6 o 7 años de edad. El objetivo de la clase no era qué tanto se comprendía un texto leído en clase, sino cuántas palabras por minuto se podían leer. Parecía que la calificación dependía del número de palabras leídas en ese lapso, mucho más que el hecho o no de haber entendido qué se leía.
         Más tarde, en secundaria y preparatoria (ya en otras escuelas) los profesores se ensañaban en hacernos memorizar poemas para después recitarlos en público. ¿Calificación? Aprobaba la materia quien declamara (con ovaciones) un poema. Para entonces yo me valí de un poema de Sor Juana, “Pedirte, señora, quiero de mi silencio perdón si lo que ha sido ocasión te hace parecer grosero”. Hasta años después (mucho después, cursando la Licenciatura en Letras) comprendí a qué se refería el poema.
         Tal vez en otros géneros hubo mejor suerte. Un profesor de la materia Literatura y Redacción (no recuerdo su nombre, pero todos lo conocíamos como El Polillita, que en paz descanse) nos hizo leer teatro “clásico” y después de la lectura debíamos llenar una especie de formulario con temas como “aspecto social”, “aspecto político”, “aspecto histórico”, etc. Si bien parecía un esquema cuadrado, al menos los alumnos tuvimos que indagar respecto al contexto de la obra y pensar (aunque fuera un poco) respecto a lo que se decía en el texto. Ahí fue cuando descubrí a Federico García Lorca.
         Otro ejemplo fue un maestro (también de preparatoria) que en un semestre nos hizo leer al menos tres novelas (¡tres novelas en un semestre!), aunque de forma gradual: empezábamos con un texto de “superación personal” (por sorteo, me tocó Juan Salvador Gaviota); luego seguíamos con cuentos (la suerte decidió ponerme Canasta de cuentos mexicanos, de B. Traven) para finalizar con una novela (y entonces descubrí El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde).
         ¿A qué voy con tanta perorata? Bueno, quizás las estrategias de fomento a la lectura (al menos en los planteles escolares) están alejando a los mexicanos de la lectura, mucho más que fomentar el gusto por hacerlo. ¿Quién espera que un adolescente de 12 años “comprenda” Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievsky, o el Ulises de James Joyce (porque, aunque lo duden, eran las lecturas “impuestas” en mi etapa de estudiante de primer semestre de preparatoria)?

         Creo que las estrategias forzosamente deben cambiar si se quiere tener un país de lectores, que comprendan las lecturas, que decidan por gusto abrir un libro, mucho más que por obligación para pasar una materia. ¿Sugerencias? Abramos el tema a discusión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario