En los últimos días he leído a Pedro Lemebel, La esquina es mi corazón (Seis Barral,
2013). La primera vez que escuché de él fue con mi estimado amigo, el poeta
Uriel Martínez. Él me hablaba de una riqueza del lenguaje, de una prosa
exquisita y unas imágenes crudas y estremecedoras que despertó mi curiosidad
desde entonces.
Me
declaro ajeno a la vida y trayectoria de Lemebel como escritor. Ya habrá otros
grandes críticos y escritores reconocidos que puedan dar cuenta detallada de la
calidad de su obra. Yo me limitaré a mi experiencia como lector que,
francamente, resultó un “re-descubrimiento” de las posibilidades del lenguaje.
La esquina es mi corazón es una lectura
sencilla, ágil, pero uno vuelve entre las páginas con el deseo de prolongar las
imágenes creadas por su autor. En pequeños relatos, uno de pronto se ve inmerso
en una noche donde todas las pasiones son posibles, donde caben los amores
clandestinos, el sexo de barrio, la homoerotización de la milicia y una
infinidad de situaciones clave para entender la masculinidad desde otras
perspectivas.
Más
que anécdotas, el libro parece reunir fragmentos de fotografías que asoman un
leve movimiento, sin llegar a convertirse en una secuencia terminada. Es un
trazo del pintor sobre el lienzo, donde este coloca el primer esbozo de lo que
implica una obra consumada. ¿Cómo explicar la sensación de convertirse en
voyeur de la noche masculinizada para saciar el ojo lector con imágenes
cimentadas en un lenguaje barroco y estilizado?
Y
entonces uno vuelve la mirada hacia un cinema donde los espectadores se devoran
los cuerpos mientras Bruce Lee exuda feromonas a través de las artes marciales,
porque “al final de cuentas el sexo en estas sociedades pequeño burguesas solo
se ejercita tras la persiana de la convención”.
Así
vemos ejemplos de hombres que tienen sexo con otros hombres, sin llegar a
denominarse (no en todos los casos) “homosexuales”, estableciendo un lazo de
complicidad mientras vacían el ansia del cuerpo en un parque público, o quizás
en los baños de vapor, en espera de un “otro” dispuesto a firmar también ese
contrato de complicidad (y clandestinidad).
Además,
advertimos prácticas que forman parte del folclor de la milicia, en el que el
cuerpo no-femenino pasa a ser erotizado a un grado equivalente al femenino, sin
desprenderse de su masculinidad. ¿Cómo explicar, también, la sensación de
invadir los separos de una cárcel donde el “sometimiento” parece un ritual de
iniciación para los nuevos reos?
Confieso
que aún no concluyo la lectura de La
esquina es mi corazón, lo que me impide hablar con mayor propiedad sobre
este autor de origen chileno que, de acuerdo con Carlos Monsiváis, “es un
fenómeno de la literatura latinoamericana de este tiempo (...) en cada uno de
sus textos, el escritor se arriesga en el filo de la navaja entre el exceso
gratuito y la cursilería y la ingenua prosa poética y el exceso necesario”.
Pedro
Lemebel parece el autor indicado para entender qué es eso que llaman “orgullo
gay” y que se conmemora cada junio en la mayoría de los países del mundo. Una
joya, sin duda, para reflexionar.
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