Como habrán advertido mis lectores, tengo un
interés particular por escribir sobre la vida cotidiana, lo que acontece ante
nuestros ojos, a menudo sin ser procesado por la conciencia. Mucho de esto se
lo debo a la influencia que han tenido sobre mí Virginia Woolf, Elena Garro,
Wislawa Szyzmborska y otros autores que considero entre mis favoritos, pues
recurro a ellos con frecuencia en mis lecturas de cabecera.
Caer
en el “lugar común” se dice fácil si uno piensa que “ya todo está escrito” y
que no resta más por decir. Sin embargo, cierto poeta a quien debo mis primeros
pasos en la escritura me enseñó que no todo está dicho, que se puede hablar una
y mil veces del mismo tema, pero hay que darle una nueva perspectiva para ofrecer
ese “plus” que no han tenido las versiones anteriores.
¿Cómo
lograrlo?, ¿cómo re-escribir sobre un tema que ya ha sido trabajado (incluso
con gran maestría) por otros autores? No es una tarea sencilla, cierto; pero
tampoco imposible. En primer lugar, uno debe leer y releer lo más que pueda
sobre un tema para abarcar la mayor cantidad de perspectivas a fin de encontrar
esa laguna dejada por los otros, los que nos precedieron.
En
mi experiencia, todo ha sido una mezcla de diversas disciplinas que, además, me
han permitido definir mi estilo. Ahí está el tema recurrente del amor, visto
desde los ojos de un narrador que se disuelve entre los pliegues de las páginas
y se funde con la conciencia de los personajes sin llegar a materializarse como
una voz propia, independiente del personaje, pero no totalmente.
También
se vislumbra esa poética de Aristóteles que conjuga las unidades de tiempo,
espacio y tópico. Es un día cotidiano en el que cabe una historia, con un tema
específico, en un espacio también determinado. Y, sin embargo, es un día
sometido a diversas circunstancias, un día en el que también entran otros
tópicos motivados por las circunstancias. ¿Hasta dónde ese contexto determina
una historia novelada?
Para
descubrirlo he recurrido al método teatral desarrollado por Stanislavsky, sin
dejar de lado la propuesta literaria de Virginia Woolf y su monólogo interior o
el flujo de conciencia. Pero no es suficiente. Uno tiene que salir a las calles
y mirar el mundo con ojos analíticos, siempre con un filtro antropológico que
nos revele la naturaleza humana y sus pasiones.
Los
hechos vividos en una narración (incluso en la vida cotidiana) parecerían mera
consecuencia del azar. Sí y no. En el fondo considero que las circunstancias
tienen un peso que ha sido omitido en mayor o menor medida según el hecho que
acontece. Y uno debe explorar esas posibilidades que yacen bajo ciertas
circunstancias para que embonen con la naturaleza de un personaje.
¿Escribir
es sencillo? Sí, cuando uno es “observador permanente” del mudo que acontece en
derredor. Por eso mi gusto por sentarme en silencio en un café, un bar, un
sitio público donde pueda observar a los otros, aquellos que puedan ofrecerme
una historia. Tal vez he dejado un rastro de esta naturaleza de “observador”
entre mis personajes, también observadores de un día cotidiano sumidos en
ciertas circunstancias.
Si
hablara de cada uno de mis proyectos (los ya publicados y los que están en
marcha) diría que todos fueron motivados por la observación del entorno
cotidiano. Y la perspectiva se define cuando uno pone más peso a un elemento
que a otro. Así se define nuestra historia.
Hablar
de amor en tiempos de la inmediatez parece ficción y, sin embargo, existe el
amor, en sus múltiples manifestaciones. Tal vez mis lecturas han influido para
escribir historias que, aunque cursis, también estremezcan al lector, ya sea
por el peso de la anécdota, por la intrincada red de circunstancias que
envuelven a un personaje, o tal vez por la naturaleza evanescente de este.
La
vida cotidiana es una página en blanco que admite cualquier posibilidad,
mientras vincule circunstancia, tiempo y naturaleza humana. La historia es una
urdimbre en la que se cruzan los hilos de la acción y el pensamiento para dar
paso a un tejido único, similar a otros, pero artesanal, propio. La vida del
lector debería funcionar de una forma parecida, no obstante, la realidad (¿qué
es “lo real”) tiene reglas más elaboradas que simple tejido de ficción. ¿Qué
tanta semejanza guardan la ficción y la realidad?
Al
final, todo es texto.
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