12 de abril de 2019

101. La puntada


Los años pasan y sigo creyendo que la vida es un entramado que nunca termina, lleno de puntadas aquí y allá en una variedad que solo la historia puede describir. Tejidos apretados, tejidos flojos, tejidos con puntos sueltos y con nudos entre cada vuelta. Así es la vida, un tejido que se va creando y recreando conforme transcurre el tiempo.

         Mentiría si afirmara que todos los tejidos se ciñen a las mismas  características, pero la verdad es que los universales no son mi fuerte. Para generalizar tenemos el juicio de las redes sociales con ese dedo inquisidor que señala según criterios dispares y nunca fijos lo que es correcto, bueno y justo de lo que representa todo lo contrario, en una especie de maniqueísmo que divide al mundo en un código binario donde no hay tercera opción.
         Decía que la vida es un tejido y aunque no sepamos tejer, cada puntada es una experiencia que va construyendo el entramado de la vida y en esa creación hay quienes buscan imitar los patrones ajenos para aplicarlos a su propio tejido, pero la vida es más compleja que la imitación.
         Hay quienes pierden la vida intentando una sola puntada y en ello se les va el tiempo, la existencia entera. A veces lo logran, a veces siguen intentando una y otra vez, tejiendo y destejiendo los hilos como hizo Penélope en una bella analogía de las tribulaciones de la vida.
         Tejemos con la madeja de vida a la que he hecho referencia en entradas anteriores, una madeja que inicia extendida en toda su longitud al nacer y que, conforme avanza la vida, vamos juntando en una esfera un poco amorfa para reunir todas las memorias y experiencias de vida hasta que llega a nuestras manos y, cuando sucede lo que ha de suceder, la dejamos caer para volver a su sitio original.
         Pero mi madeja de vida está empapada en alcohol. En cualquier momento podría prenderle fuego y terminar con estos ciclos de existencia que parecen no tener fin. No importará a dónde irán mis memorias. Seguramente se volverán silencio, como mi cuerpo, como mi nombre, como esta cabeza que parece no descansar.
         Aprendí a tejer y me parece una actividad por demás terapéutica, pero tejer la madeja de la vida es una cosa muy distinta. Este entramado está lleno de puntos sueltos, de hilos sin tejer, de quemaduras de cigarro y un poco de paja que se ha colado en el tejido.
         Si valorara la vida y la existencia tanto como hace la mayoría (no utilizo categóricos universales), me pregunto qué formas tendría cada puntada y si el entramado distaría mucho de lo que es hoy, aquí, en este momento en el que nada parece tener importancia.
         Pero al final no importa. Cuando suceda lo que ha de suceder, seremos yo y mi silencio.

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