1 de abril de 2019

90. La cocina


Alguna vez llegué a escuchar la expresión “el mundo, en dos cazuelas”. La preparación de los alimentos es una curiosa referencia a la creación: la materia se transforma en una cátedra de ciencia sin saber necesariamente de física, química, anatomía, matemáticas o biología.

         La arquitectura en cierta forma es una analogía del cuerpo. Ciudades enteras han sido construidas a lo largo de la historia bajo ese modelo y una casa sigue patrones similares. Mientras la habitación principal representa la cabeza, la cocina se ha convertido en el corazón.
         Hay cocinas de muchos tipos, desde los grandes espacios donde cocinar se vuelve todo un ritual de transformar los alimentos en enormes cazos, hasta espacios casi inexistentes limitados a un horno de microondas, cocinas integrales donde cada utensilio tiene su lugar para conservar el orden y las proporciones, hasta cocinas improvisadas donde el polvo y el cochambre han creado un nuevo ecosistema.
         Y podemos tener los grandes recetarios, las habilidades para crear platillos que se disfrutan lentamente por la necesidad de prolongar la sensación placentera que nos provocan, independientemente de las herramientas para hacerlo, pero las condiciones de nuestra cocina curiosamente guardan relación con lo que ocurre dentro, en el recipiente del cuerpo, debajo de los nervios que lo cubren.
         El afecto tiene muchas formas para ser compartido (demostrado) y una de ellas es a través del alimento, especialmente con los sabores más dulces. Hay una expresión muy frecuente en la que se afirma que “al hombre se le conquista por el estómago”, haciendo referencia a esta idea de que el alimento es otra manifestación del afecto.
         Cocinar es un ritual que involucra emociones y sentimientos e incluso hay ciertas doctrinas que indican que si no se está bien emocional y espiritualmente, mejor alejarse de la cocina. Se cree que preparar los alimentos cuando estamos sumergidos en determinadas emociones puede influir en su transformación, para bien o para mal, y el receptor tendrá una experiencia o positiva o negativa con esos alimentos.
         Mi cocina es modular, bien equipada, pero llena de utensilios sucios, con algunas puertas vencidas en sus goznes, la estufa devorada por el cochambre y las quemaduras. Alguien que mire esa cocina dirá que peco de suciedad, pero la verdad es que eso me preocupa menos que mi incapacidad para brindar afecto.
         Aquí dentro se acumulan la suciedad y el cochambre, el corazón late con los goznes vencidos y el afecto que podría tener para compartir luce quemaduras por todos lados. ¿Quién disfruta de comer alimentos en mal estado?

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