2 de abril de 2019

92. La gravedad


De por sí la vida pesa para quienes no soportan la existencia, hay una fuerza que hace aún más pesada esa vida y jala no solo este espacio físico al que llamo recipiente, sino también este espíritu que contiene: la gravedad.

         A quién más culparíamos de este deterioro del cuerpo si no es a la fuerza de gravedad, la responsable de que este busto que con el tiempo madura y en su madurez también se va secando y cae, se escurre como pellejo, como calcetines llenos de frijoles que pesan cada día más.
         Esa caída solo es un indicio de que el tiempo pasa, ese tiempo tan cruel que nada lo perdona, pero nadie reclama porque todo lo cura. En la fuerza de gravedad hay algo que inquieta porque, habitantes de este mundo, creemos que tira con fuerza hacia abajo cuando abajo puede ser arriba en un universo aún no descubierto en su totalidad.
         Y sin embargo la gravedad tira del cuerpo, jala con fuerza de estos pechos y hace que la piel se adelgace y se derrame para colgar como un traje demasiado usado, viejo, deteriorado, a punto de ser desechado porque ya no sirve al propósito para el que fue creado.
         La gravedad también jala del cabello y nos vamos quedando calvos, la sonrisa y la mirada, por muy alegres y efusivas que aparenten ser, se convierten en expresiones faciales más siniestras, un tanto tristes, porque las líneas de expresión indican lo contrario y jalan hacia eso que llamamos “abajo” para modificar lo que el tiempo no deja reconocer.
         Se cae el busto, se caen nuestros cabellos, se cae el rostro y se derrama en líneas que pierden conexión, se caen las nalgas y cuelga la piel como pellejo viejo, inútil en su intento de crear nuevas formas porque el tiempo es cruel y más vida no permite. Y sin embargo resistimos a esa gravedad.
         La vida pesa y estremece por esa fuerza de gravedad. Y cada molécula que va tejida en nuestro cuerpo, cada célula tiene una masa que se arrastra con la fuerza de gravedad. Jala tanto que incluso los pensamientos y las emociones pesan, especialmente las experiencias que nos resultan adversas, mientras que esos instantes que podemos llamar “felicidad” parecen alejarnos de esa fuerza de gravedad.
         Aquí dentro lo eterno pesa tanto que cada día reniego de mi existencia, de mi vida condenada a luchar contra la fuerza de gravedad. Quizá por eso se ha dicho que a la muerte uno tendrá reposo, una especie de paz que se prolonga por tiempo indefinido, pero a menudo dudo de esa afirmación.
         La vida pesa y el espíritu que da existencia a esta conciencia. La fuerza de gravedad es la cadena que nos amarra a la esclavitud de la finitud. Por eso la muerte es una especie de liberación. Mi silencio es la última frontera.

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