24 de abril de 2019

114. La mesa


Usualmente utilizada para consumir los alimentos, la mesa es en esencia un espacio de reunión, incluso si una sola persona ocupa asiento. Geométricas o amorfas, funcionales o no, la mesa se muestra en una amplia gama de diseños que facilitan o complican ese espacio de reunión que se presta al diálogo, a la socialización.

         Muchos traerán en mente la llamada “Mesa Redonda” de los cantares sobre el Rey Arturo, quizá la mesa más famosa de la historia, seguida por la mesa retratada en “La última cena” de Da Vinci, donde los 12 apóstoles y María Magdalena compartieron con Jesús los últimos alimentos antes del desenlace que todos conocemos a través de las Sagradas Escrituras.
         Lo cierto es que, conforme han transcurrido los siglos, a la mesa se le han atribuido funciones que representan más una imposición social sobre su funcionalidad. Podemos acudir a un restaurante o bar y a la entrada se nos pregunta el número de personas para una mesa. Curiosa reacción despierta si la respuesta es “mesa para uno”.
         Supongo que triste debe ser pedir “mesa para dos” y que, pasado el tiempo, la segunda persona jamás llegue a ocupar su lugar. Debe ser como encontrarse en el altar, a punto de contraer matrimonio, y que alguno de los dos jamás se presente, mientras la otra persona tiene que afrontar la ¿humillación? ante los invitados que aguardan por la marcha nupcial y el tan esperado beso que selle la unión.
         Aunque la mesa es un objeto cotidiano al cual poco prestamos atención más allá de su funcionalidad, recuerdo las diferentes mesas a las que me he sentado, la mayoría de las veces sola, pero le guardo afecto especialmente a una: la mesa que ocupo en este bar desde hace ya varios años.
         No es particularmente bella. Es funcional: redonda, de madera, cuatro patas (una de ellas un poco más corta), suficientemente grande para cuatro personas, pero también de un pequeño adecuado para reducir la sensación de soledad si la ocupa una sola persona.
         Se distingue de las otras mesas porque hubo alguien (intuyo que varias personas) que grabaron palabras y formas en la superficie: corazones con iniciales de dos enamorados (tal vez con el tiempo sus relaciones fracasaron), números de teléfono, direcciones, citas de poemas.
         Yo misma he dejado un mensaje en esa mesa, no para marcar territorio como hacen otros, sino para dejar testimonio de mi paso por el mundo: “aquí estuvo la sombra de mi nombre”. Porque al final de todo, cuando suceda lo que ha de suceder, mi propio nombre se volverá silencio.

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