9 de abril de 2019

96. La colección


Hay ciertas personas que repiten un patrón de conducta muy peculiar, como si se tratara de coleccionistas. Comienzan en la infancia recogiendo piedras de diferentes tamaños, colores y texturas y, si se le permite, las guardan como si fueran su mayor tesoro. Un indicio también de que más tarde podrían desarrollar esa conducta para “poseer” y “acumular”.

         Uno colecciona objetos que nos parecen únicos en nuestra visión de mundo, pero una conducta de coleccionista dejaría ver algo más si se observa con detenimiento: ¿por qué guardar como propio algo que nos parece único? Un poco de celo, quizá. Un deseo inconsciente de que “el otro” no posea esto que yo tengo.
         Podría comenzar con las piedras que uno recoge en la infancia, luego cambiamos las piedras por objetos como plumas (de escritura y del plumaje de las aves), estampas, dibujos, canicas, pulseras, recortes de revistas, imágenes de algún “ídolo” en nuestra juventud y una larga lista de objetos a veces impensables hasta que llega un día en el que esa conducta de coleccionista nos lleva a buscar los objetos “raros” por su edición limitada.
         Sin embargo, hay ciertos matices en las colecciones y las conductas del coleccionista que también habría que considerar. Un museo alberga colecciones de piezas consideradas “arte”, aunque se exhiben para compartir una experiencia ante un objeto “único”.
         Hay quienes solo acumulan objetos para coleccionar y guardarlos con celo, solo para la experiencia propia, íntima, una experiencia que difícilmente se compartiría a ojos ajenos por el miedo a perder el objeto en colección.
         Otros casos más graves, en su visión de mundo, coleccionan cuerpos que en su visión de mundo siguen siendo objetos. Los hay quienes acumulan huesos humanos, dientes, cabellos, homicidios, fotografías de homicidios, incluso piezas que formen parte de una escena del crimen. Coleccionistas de la muerte, se podría decir.
         Unos más, quienes pasan desapercibidos, coleccionan relaciones sociales, humanas, sentimentales, y los menos coleccionan instantes, aunque se conserven en la fragilidad de la memoria, sin llegar a ser algo tangible, medible o que pueda ser compartido excepto por quien se vio involucrado en dicho instante.
         Yo me encuentro en este último grupo, aunque mi colección no es muy agradable. Colecciono palabras, frases, instantes que me han marcado la vida. Son memorias que se graban de manera permanente, incapaces de ser borrados, aunque son retratados por el filtro de mi memoria y su combinación con el tiempo.
         Mi cajita es el silencio de mi nombre. Los objetos también desaparecen.

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