6 de abril de 2019

95. La voz


No creo que alguien piense que alguien vive en la locura por escuchar su voz darle instrucciones, orientarle, darle consejo frente a una situación que se presenta. Es frecuente, más de lo que podría esperarse, pero no todas las voces corresponden con lo que proyectamos.

         Uno mira en el espejo el escombro de la noche y nuestro rostro deja ver las huellas del mundo onírico del cual venimos para enfrentarnos a la batalla de la vigilia, quizá desarmados, desnudos o preparados para lo inevitable, lo impredecible, lo que sea que se esconda detrás del adjetivo.
         Por lo regular, la voz interior se manifiesta cuando hemos de tomar alguna decisión. Algunos han optado por llamar a esa voz “conciencia”, como en la película de “Pinocho” y la alegoría de Pepe Grillo, aunque en la vida cotidiana esa conciencia tiene otras formas para manifestarse.
         Pensaríamos que esa voz ofrece consejo únicamente en cuestiones morales, decidir entre lo correcto y lo justo, lo bueno y lo malo, lo posible y lo imposible, adjetivos que se pueden acumular en su contraposición y, sin embargo, dejarnos sin respuesta.
         En cambio, pueden ampliar el espectro de decisión y dejarnos en la incertidumbre, la pregunta en el aire, aunque más pesada según la carga de conciencia. Y caemos en la trampa, nos dejamos guiar por la voz que se manifiesta, aunque nos conduzca al precipicio de la duda.
         Triste es pensar que hay otras voces que también se manifiestan en la mente, también son escuchadas únicamente por el individuo que abre los sentidos al mensaje, epifanía individual que no tiene repetición más que en una sola cabeza.
         Esquizofrenia es el nombre más recurrente en la psicología, una ciencia subjetiva que no escucha esas voces de las que habla en sus tratados y teorías y tesis y demás documentos con apariencia de oficiales que legitiman la supremacía de una mente silenciada.
         Mi cabeza es un mar de voces. No alcanzo a escuchar mi voz entre tantas voces. Cada mañana me miro en el espejo con la esperanza de que mi rostro encuentre su voz en medio de la tormenta, porque incluso en el sueño las olas no cesan.
         Mi nombre hace eco en el hueco de mi ser en un llamado insistente: “Ofelia”. Años y años han pasado sin que ese llamado tenga una respuesta. Pienso que quizá mi nombre se ha perdido entre las voces, dejando un hueco imposible de llenar, aunque ha dado paso a esto que muchos llaman locura.
         Si mi nombre se escuchara hasta el último rincón del mundo tal vez, solo tal vez, podría decir que mi nombre sobrevivió al silencio. Pero vivo inundada entre las voces y ni siquiera escucho mi silencio.

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