21 de abril de 2019

111. El veneno


Conocido es que Sócrates bebió cicuta por voluntad, aunque fuera siguiendo una condena. Caso contrario a la gran Cleopatra, quien tomó un áspid oculta en una cesta de higos, la acercó a su cuerpo para ser mordida y esperó a que su veneno terminara con su existencia antes que desfilar por las calles de Roma con grilletes de oro.

         A lo largo de la historia han existido diferentes variedades de veneno que han terminado con la vida de grandes personajes y, en cierta forma, han marcado el curso de la misma historia. ¿Qué hubiera pasado si Sócrates o Séneca no hubieran tomado cicuta?, ¿qué hubiera ocurrido en el caso de Cleopatra, Napoleón o César Borgia?
         Hay historias de guerra en diferentes periodos de la historia (valga la redundancia) cuyos altos mandos siempre cargaban veneno consigo en diferentes presentaciones para consumirlas en caso de encontrarse ante una situación adversa.
         Incluso la literatura nos ofrece ejemplos de venenos que formaron parte decisiva del drama a relatar. Difícil imaginar a Emma Bovary enfrentar su destino en lugar de beber veneno para terminar con su tormento, o el mítico libro sobre la risa, de Aristóteles, insertado en una narración de conspiraciones en una abadía medieval, solo por mencionar un ejemplo.
         Conspiraciones y suicidios por lo regular rondan a la palabra “veneno”, incluso en la historia moderna. Recordemos la sección de nota roja en cada periódico de cada país donde refieren “accidentes caseros” con productos tóxicos consumidos en casa, o aquellas noticias sobre muertes en localidades cercanas a las minas por envenenamiento con arsénico o mercurio.
         Pero el veneno existe en otras formas que no necesariamente se vinculan con una conspiración o un suicidio. Hay venenos no físicos que transforman los malestares en cáncer para convertirlos en un veneno físico (recordemos esas teorías de que cada tipo de cáncer responde a necesidades espirituales no satisfechas).
         Por estas venas que hoy escriben corre veneno en lugar de sangre. Aquí dentro me late un hongo seco en lugar de corazón, pero hongo con alta carga de veneno sin señales de advertencia (cómo olvidar el maravilloso colorido de los hongos venenosos o las serpientes más letales).
         Cada palabra que sale de mi boca es como un puñado de escorpiones cargados de veneno, ansiosos por clavar su aguijón en quienes se atreven a acercarse, así sea con buenas intenciones. Pero es bien sabido que la curiosidad mató al gato.
         En todos estos años he destilado el veneno que me habita y, por voluntad o sin ella, he afectado a quienes se han atrevido a estar cerca. No tengo señales de advertencia. Por eso me recluyo en el silencio. La soledad también es responsabilidad.

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