4 de mayo de 2019

124. La mariposa


Me parece curioso cómo la humanidad admira la belleza que es efímera, aunque no valora esa finitud, tal vez por la costumbre de ver una manifestación de belleza que se repite en ciclos continuos, a pesar de que no sea el mismo objeto.

         Cuántos poemas se habrán escrito sobre la flor y, sin embargo, en cada ocasión se trata de una flor distinta porque cada autor se refiere a una flor en específico, aunque el símbolo siga siendo el mismo.
         Lo mismo ocurre con otras manifestaciones de la naturaleza, como el amanecer y el ocaso, el día y la noche, los satélites del universo, las aves y plantas, las distintas especies de animales en la Tierra, los insectos; todo aquello que tiene un ciclo.
         Será que nos inclinamos por este tipo particular de belleza porque es efímera, finita, irrepetible, a pesar de sus múltiples manifestaciones en ciclos que parecen no tener fin. El arte intenta imitar a la vida para prolongar la existencia de esa belleza efímera.
         Pero hablemos de la mariposa, ese insecto cuyas alas nos recuerdan el colorido tan intenso que puede tener la vida y, sin embargo, también nos hace conscientes de la finitud de la vida.
         Es en marzo cuando comienzan a dejarse ver con sus alas multicolores, aleteando de flor en flor en un suave vuelo que imita la brisa de la primavera. La anuncian, la invocan, siembran la semilla como las abejas para un nuevo florecer.
         Como orugas, hay muchas que ya poseen su atractivo en sus diversas formas y colores, en sus hábitos para formar el capullo que dará paso a la transformación y entonces el golpe de color cuando emergen de su crisálida y abren sus alas para emprender el primer vuelo con los rayos que ya anuncian la primavera.
         Abril trae consigo el aleteo multicolor de todas las especies de mariposas en el mundo y disfrutamos de esa belleza durante tres largos meses que se vuelven breves en cuanto el otoño anuncia su llegada arrastrando con sus vientos los cadáveres de las mariposas que no alcanzaron a emprender el vuelo de la migración a latitudes más cálidas.
         La vida se asemeja mucho al vuelo de las mariposas. En su etapa de oruga, tal vez despiertan un atractivo de curiosidad para luego desplegar sus alas y estamparte su esplendor en el rostro hasta que llega el otoño, luego el invierno y no queda rastro de su paso por el mundo.
         Aquí dentro, en este cuerpo de ceniza, me habitan otro tipo de aleteos: son las polillas, que tejen y destejen una manta de silencios para envolver mi nombre cuando suceda lo que ha de suceder.

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