14 de mayo de 2019

134. La modernidad


Cuando escucho esa palabra a menudo pienso en esta idea generalizada de la modernidad como un mundo cada vez más tecnológico, donde la ciencia se pone al servicio de la gente para lograr un bienestar. Curioso: en la palabra modernidad no se incluyen los malestares que de ella se derivan.

         El futuro casi puede entenderse como tecnológico. Al menos así lo hemos visto y en los últimos años hemos constatado cómo la ciencia y la tecnología han venido a simplificar la vida, aunque poco se habla de esa inutilidad que genera en la humanidad porque se pone en manos de las máquinas aquel esfuerzo que antes realizábamos como humanidad.
         Actualmente hay cosas que no se pueden entender sin la tecnología, como la comunicación digital, la industria (de cualquier tipo), las labores de oficina, incluso las actividades agropecuarias. Y las actividades que aún se realizan sin la intervención de la tecnología van perdiendo cada vez más su valor.
         Cierto es que hay grandes avances especialmente en la salud, ¿pero a qué costo? Porque ahora con fármacos es posible prolongar la vida, aunque no se desee esta existencia porque se inserta en un entorno adverso. Y mientras una parte del mundo goza de los beneficios de la tecnología, la otra parte enfrenta rezagos básicos como la falta de alimentos, de servicios de salud, de agua potable, de vivienda, de libertad.
         Si algo tiene la modernidad es que ha acentuado las brechas de desigualdad en todo el mundo. Ese es el malestar del que no habla la modernidad, concentrados en la tecnología que deslumbra y encanta para no voltear a ver el rezago que aún prevalece en el resto del mundo.
         La modernidad es el fin del mundo. Cada vez son más frecuentes las noticias sobre contingencias ambientales producto de la mala actividad de la humanidad que ha terminado con los recursos naturales no renovables que contribuirían a tener un medio ambiente sustentable. Ese es el malestar del que no habla la modernidad.
         Antes se recompensaba el esfuerzo de las personas. Hoy la tecnología se ha robado esos triunfos y ha generado malestares que han derivado en numerosas muertes por el gran mal de estos tiempos: la depresión. Las enfermedades mentales se han multiplicado de manera exponencial en las últimas décadas producto de las frustraciones que genera el sistema económico y político actual, especialmente en aquellos países llamados “desarrollados” o “en vías de desarrollo”.
         Si la modernidad implica la muerte del espíritu, me declaro arcaica. Prefiero la muerte física, terminar hecha cenizas, a vivir esta época de deshumanización.

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