5 de mayo de 2019

125. La corona


Antiguamente símbolo de poder, hoy la corona ha perdido su significado para convertirse en un accesorio trivial del mundo moderno, un mundo en el que las familias “reales” (siglo XXI y aún tenemos monarquías en el mundo) representan el poder que implicaba la corona como objeto, aunque con ciertas limitantes en algunos países como España.

         De materiales y formas diversos, cada corona ha tenido significados más allá del poder que se podía ostentar e incluso algunas implicaban esa carencia de poder, utilizadas más como emblema de lo ridículo para motivar la burla y el escarnio.
         En algún tiempo se utilizó la corona de laureles para dar gloria a quienes eran considerados héroes o grandes personajes destacados por alguna obra o acción, corona que contrastaba con las que se elaboraban a base de flores de temporada y eran colocadas en las sienes de las vírgenes que serían entregadas como tributo, mientras que en las bacanales se colocaban coronas de hojas de vid en la cabeza de aquellos que representaban al dios del vino.
         Una de las coronas más emblemáticas de todos los tiempos quizá sea la corona de espinas que fue colocada a Jesucristo durante su flagelo previo a la crucifixión, corona que al parecer se conserva como reliquia en la Catedral de Notre Dame, en París. Era una corona para “el Rey de los Judíos” en un tiempo en el que Roma se consolidaba como imperio en el mundo occidental.
         Otro tipo de coronas muy peculiares son aquellas de los pueblos mesoamericanos, como el penacho de Moctezuma, elaborado con numerosas plumas de quetzal, considerada un ave sagrada en ese periodo y que solo podía ser portada por una persona con una investidura similar a la de un emperador.
         El desarrollo de las técnicas metalúrgicas sobre el fundido y forja de metales, además de la orfebrería, también dio paso a coronas más semejantes a las joyas, con un alto valor por la riqueza de los materiales con las que eran elaboradas y que daban cuenta del grado de poder que tenían las personas que las portaban.
         Estas coronas como emblemas de poder generaron numerosas guerras durante los últimos cuatro siglos al menos, coronas cuyo poder fue trasladado a las naciones convertidas en potencias económicas luego de la Segunda Guerra Mundial y desde entonces las coronas pasaron a convertirse en meros accesorios producidos en masa, dejando la idealización sobre un reinado de una diversión efímera.
         Hay una frase muy gastada en la que se afirma: “no bajes tu cabeza, se podría caer tu corona”, lo que implicaría que cada persona tiene una corona imaginaria más vinculada con el autoestima.
         Si yo tuviera una corona sería de fuego, para que consuma todo este pensamiento y lo transforme en cenizas de las cuales ya no haya más vida.

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