25 de mayo de 2019

144. La máquina


Repleta de engranajes y tornillos, una máquina es un elemento distintivo de la modernidad y, sin embargo, también implica la deshumanización de la humanidad. Dejamos en manos de las máquinas el valor del trabajo y el esfuerzo que realiza la humanidad para la consecución de algo (cualquier cosa, una meta puede ser).

         Hace unos días vi el trailer de la siguiente película en la saga de “Terminator”, una saga que refleja ese apocalipsis (posible) donde las máquinas han tomado el control del mundo y han sometido a la humanidad, tal como se muestra en la serie de películas “Matrix” o como sugiere el anime de cyberpunk “Ghost in the Shell”.
         ¿Una máquina puede sustituir la esencia de una persona? Esa es la premisa de varios trabajo cinematográficos en el último siglo, especialmente de la última década, e incluso la realidad ha comenzado a superar a la ficción cuando nos topamos con noticias como el desarrollo de una inteligencia artificial que ha creado su propio lenguaje, independiente al código que le fue insertado por la humanidad.
         Tal vez lo que nosotros entendemos como humano, las máquinas lo traducen en códigos propios, imposibles de interpretar o traducir por la humanidad. Porque finalmente los sentimientos y emociones serían producto de reacciones químicas y un balance de ellas en el cuerpo humano.
         Y, sin embargo, siempre he considerado que el dolor hace más humanas a las personas, a pesar de que el principal problema sea que al ser humano le causa conflicto el dolor ajeno. ¿Será posible que las máquinas puedan traducir a su propio idioma las implicaciones del dolor humano y la empatía ante el dolor ajeno?
         No podemos negar que las máquinas han simplificado (han hecho más sencilla, por decirlo de otro modo) nuestra vida cotidiana, desde las cosas más simples hasta las más complejas, a tal grado que el esfuerzo que podrían realizar cien personas en varios meses ahora lo puede realizar una sola máquina en cuestión de horas.
         ¿Alguna vez me habré preguntado si soy una máquina? Seguramente sí, sobre todo en aquellos momentos en los que he sentido que mi vida no sale del mismo patrón y que da la impresión de girar sobre sí misma, como si faltara un código ajeno al lenguaje que comprendo para poder salir de esta elipsis.
         ¿Qué distingue a la humanidad de ser una máquina? Porque dudo que sean los engranajes. Incluso las máquinas pueden ser programadas para distinguir códigos de ética y moral si se es buen programador. Pero hay puntos en los que podrían llegar a fallar (equivocarse, cometer un error). Uno de ellos es el amor. Las máquinas aún no pueden asimilar la complejidad de lo que implica y eso tal vez me convierte en una máquina: me abstengo de la experiencia del amor.

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