22 de mayo de 2019

140. La espalda (II)


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De todas las partes que conforman el cuerpo humano, solo la espalda resulta desconocida para nosotros por su ubicación. Estos ojos no pueden mirarse la espalda a menos que sea a través del reflejo en un espejo o una fotografía. En todo caso se trataría de un filtro mediante el cual podemos apreciar sus vértebras y curvas.

         A diferencia de otras partes del cuerpo humano, la espalda representa nuestro soporte y en conjunto con todo el tronco vinculan a todas las partes que nos dan forma. Pero la disposición de nuestros órganos y la posición donde se ubica la cabeza nos impide apreciar esa silueta tal como vemos el resto de las partes que conforman nuestro cuerpo.
         La espalda también ha sido considerada como centro erótico donde se acumulan las diferentes energías que nos mueven en vida: felicidad, ira, angustia, estrés, nostalgia, hambre, cansancio... la disposición de las vértebras y su grado de placer o dolor nos conducen por los diferentes caminos en la experiencia sensorial de la vida.
         Hay a quienes nos gusta imaginar que en esa silueta desconocida se oculta un par de alas enormes, con un plumaje abundante y vistoso que en algún momento se atreverán a desplegarse para emprender el vuelo hacia el infinito. Algunos lo imaginan con tal fuerza que llegan a tatuarse un par de alas para materializar ese deseo de transformarse en un ser etéreo que se funde con el universo.
         Mi espalda es la región que no conozco, mi soporte y mi punto vulnerable porque solo “el otro” es capaz de apreciar esa silueta sin necesidad de un filtro. Y conocemos la espalda a través de ese “otro” que nos describe cómo es nuestra propia espalda.
         Mostrarla implica exhibir nuestro punto más vulnerable, aunque la industria de la moda se ha empeñado en el último siglo en exponerla ante los ojos de “los otros” de tal forma que genera un magnetismo erótico, una especie de red para cazar presas.
         Conozco mi espalda a través del espejo. Es un doble que me muestra las vértebras y curvas que conforman esa parte de mi anatomía. No es una espalda peculiar, pero es mía, propia, donde se muestran los omóplatos salientes semejando un par de alas atrapadas bajo una delgada capa de piel.
         En algún punto mi espalda reposará sobre una plancha de acero y cuando suceda lo que ha de suceder, acogerá mis cenizas para devolverlas al silencio del que vine.

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