1 de mayo de 2019

121. La hipocresía


Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que la hipocresía es el “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. Una mentira, en términos prácticos. Aunque reducir la hipocresía a dicha definición también conlleva ciertas contradicciones.

         En general llamar a una persona “hipócrita” implica una connotación negativa sobre su actuar. Se es hipócrita como una reacción ante una circunstancia, una especie de defensa instintiva ante aquello que representa una amenaza y cada amenaza es diferente para cada individuo.
         Socialmente podríamos considerar que hay determinados grupos sociales donde es más frecuente la hipocresía. Incluso en la burocracia se ha creado un área especializada en ello: Relaciones Públicas, con gente capacitada en las artes de la hipocresía y la diplomacia. Les pagan por ser hipócritas. Así se legitima la hipocresía como una profesión.
         Se es hipócrita por conveniencia, porque “el otro” tiene algo que es de nuestro interés. De ahí la naturaleza de la hipocresía en el sentido que se ha entendido históricamente y que ha dado pie a numerosos relatos de conspiración e intriga.
         No obstante, si nos ceñimos a la definición que nos ofrece la Real Academia de la Lengua Española, la hipocresía también podría aplicarse a otras situaciones que no necesariamente entran en ese concepto.
         Pensemos en quienes fingen estar bien aunque por dentro experimenten una tormenta emocional que les lastima y, sin embargo, fingen ante “los otros” para evitar el juicio inquisidor y la superioridad moral de quienes viven en la mentira de “estar bien”. ¿Hipocresía? Un acto de supervivencia.
         Demasiada franqueza también conduce a situaciones de hipocresía, como una muestra de que hay quienes prefieren un mundo de mentira antes que la cruda y cruel realidad que abruma porque eso amenaza su idea efímera de felicidad. Tan acostumbrados viven a los estímulos que se desvanecen.
         Pero yo soy franca, a menudo en exceso. Soy una persona incómoda que también se ha valido de la hipocresía para sobrevivir. Uno puede mentir ante la pregunta de cortesía “¿cómo estás?” y responder “bien, gracias. ¿Y tú?”, tan solo para evitar una conversación incómoda para ambas partes: “el otro”, por no admitir una respuesta que salga de su fórmula de cortesía; yo misma, por evitar hablar de mí con alguien que no lo merece.
         La hipocresía, finalmente, nos permite convivir en sociedad respetando las fórmulas de cortesía y diplomacia, aunque ninguna tenga trascendencia en la vida porque cuando suceda lo que ha de suceder, incluso el nombre se volverá silencio.

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