Quizá una de las partes del
cuerpo humano que más me maravilla sea la mano (las manos) porque es una de las
principales aristas que te conecta con el mundo, principalmente a través del
tacto. Se dice que en la palma de la mano está escrito nuestro destino y, sin
embargo, ese destino cambia conforme cambian las líneas en la palma de la mano
(un absurdo si tomamos en cuenta la libertad de elegir o la predisposición a
realizar aquello que esperamos que suceda porque algo más lo dice).
Curioso
es que las primeras manifestaciones de pinturas rupestres incluyeran
impresiones de diversas manos en las cavernas, impresiones que más tarde irían
acompañadas de otras figuras y escenas que daban cuenta de su entorno habitual
(especialmente la cacería).
Las
manos crean y destruyen, representan violencia y bondad, lucha y resistencia. A
lo largo de la historia las manos han recogido diferentes símbolos y
significados que hoy nos parecen habituales, desde ser la mano izquierda o
derecha para alguien más, la mano que mece la cuna, echar una mano como apoyo
para alguien más, estar en buenas (o malas) manos, una mano como capa de alguna
sustancia que se imprime sobre otra superficie, “mana” como parte de los
códigos LGBT+ para referirse a una amistad que ha superado el binarismo de
género...
Hay
tantas implicaciones sobre las manos que no sabría en qué centrarme para hablar
de ellas. Tal vez las manos que más me vienen a la mente son las de Rosario
Castellanos en una fotografía de un autor que en este momento no recuerdo. Se
trataba de una imagen a blanco y negro, aunque la intensidad del negro en esas
uñas sugerían que se trataba de un tono púrpura o alguno más igual de intenso.
Dispuestas
una sobre la otra, un anillo engarzado en uno de los dedos, eran solo unas
manos que decían tanto y tan poco en sus formas. Al verlas, pensé en la dueña
de esas manos, una escritora que redactaba en una máquina de escribir,
intelectual, tal vez manos de secretaria (en mi idealización de una secretaria),
sin rastros de labores domésticas reflejadas en otras manos curtidas por la
cocina.
Miro
mis manos y pienso en lo mucho que han cambiado con el tiempo, desde tener
mugre entre las uñas durante tanto tiempo, hasta lucir sendas arrugas y manchas
de paño luego de tantos años en esto que han llamado vida. Mis manos han creado
y han destruido, han ayudado y también negado la ayuda, han tocado y evitado
cualquier contacto.
Mis
manos, que han acariciado el agua del Usumacinta y las olas del Pacífico,
imaginando cómo sería tocar el agua del Mediterráneo. Mis manos curtidas por el
tiempo y por la vida, reposando sobre mi pecho en espera de que suceda lo que
ha de suceder. Mis manos que también se volverán silencio cuando apague la
llama que se extingue cada día.
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