9 de junio de 2019

152. El binarismo


Hay quienes tienen una mente tan estrecha que les impide procesar el mundo más allá del binarismo al que han estado sometidos, en una especie de maniqueísmo de la cotidianidad, que dejan fuera tantos matices. No les culpo, el sistema en el que viven les ha bombardeado la mente a tal grado que no distinguen esos ligeros matices que dan color a nuestra realidad.

         La primera vez que escuché hablar sobre el binarismo fue cuando llegué a estudiar informática. Ahí nos enseñaban sobre el “código binario” como fundamento base de la informática y la programación, código que reducía toda nuestra realidad a una “digitalidad” de ceros y unos. En aquel entonces nos sorprendía todo lo que podíamos crear a partir de combinaciones entre ceros y unos, pero luego vino otra realidad donde el color era el protagonista.
         Fue muy curiosa la transición que se vivió en los primeros estudios sobre el género y la diversidad sexual porque partieron de romper con los estereotipos (y prototipos) impuestos socialmente para los géneros. Hablamos de disidencias, donde los cuerpos eran algo más que hombres y mujeres a partir de su genitalidad.
         Así surgieron numerosas tipologías y etiquetas para describir (y clasificar, qué contradictorio, pienso) todo ese abanico de posibilidades que van más allá del binarismo “hombre/mujer” o “masculino/femenino”, elementos que forman parte de las identidades, pero que no las determinan.
         Algo importante que aprendí con la experiencia es que hay dos elementos fundamentales para entender el género y su relación con la identidad: cómo se identifica cada persona en relación con el género (mujer/no-mujer/hombre/no-hombre) y cómo es percibida la persona por “el otro” en relación con el género.
         Conocí a alguien cuyo cuerpo y formas de ser eran muy femeninas, aunque siempre se identificó como hombre. Sin embargo, entre “los otros” siempre había confusión porque le percibían como mujer y como hombre al mismo tiempo, incluso se llegaban a referir a él en masculino o femenino de manera indistinta sin que eso causara mayor problema.
         Ese es un ejemplo de la identidad y la representación en relación con el género. En mi caso, he tenido muchas identidades, nunca como el caso que comento, aunque me agrada moverme en un espectro más amplio. Las cicatrices en mi cuerpo son el único indicio que me queda de todas las etapas e identidades vividas.
         Hoy soy lo que he querido ser, aunque renuncie a mi existencia.

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