21 de junio de 2019

170. El alcoholismo


¿Es una enfermedad? Sí. ¿Es curable? No. ¿Cómo sobrellevar una enfermedad así? Sobreviviendo a sí mismo. El alcoholismo se presenta en múltiples contextos, a cual más de variados, y en cada caso las circunstancias determinan si se llegará a sobrevivir.

         No es secreto que me abandono al alcohol todos los días. Cada noche, desde hace varios años (¿podrían ser décadas? Nunca me he puesto a hacer cuentas), ocupo mi mesa en el mismo bar, recluida en una esquina, y pido casi siempre la misma bebida: martini seco. Rara vez como la aceituna que añaden a la copa.
         Una copa y mis músculos se relajan, siempre, como todas las veces desde que hice hábito mis noches en aquel bar. Enciendo un cigarro, dos, tres, tal vez cinco en la primera copa. Y mientras tanto observo los rostros de la gente que asiste al mismo bar, en qué mesa y en qué silla se sientan, quién les acompaña, incluso la música que escogen en la rockola.
         Segunda copa y mis orejas se calientan, recojo mi cabello con la liga que porto regularmente en la muñeca derecha para estos casos (naranja, azul, negra, roja, son los colores más frecuentes). El mesero (Martín) me acerca un pequeño botanero con una selección de cacahuates. Nunca los pruebo, quedan íntegros. Solo es una cortesía a la que está obligado. Al final regalará esos cacahuates a don Julián una vez que cierre el bar.
         Tercera copa y de mi bolso saco una libreta (la libreta en turno, siempre hechas a mano, de forma artesanal, cosidas y no pegadas las páginas que la componen), pluma en mano, y comienzo a escribir todas mis impresiones de las experiencias vividas durante el día.
         Es la copa que suelta todas las amarras de mi mente y las palabras fluyen. Se genera una conexión entre el espacio interior y el entorno que me rodea, sumido en circunstancias específicas, como un caldo de cultivo para la creatividad (aunque mi creatividad no depende del alcohol, pues la mitad de mis libros han sido escritos bajo el influjo del café o el té).
         Una vez agotado el pensamiento, pido mi cuarta copa y me abandono al goce de sentidos. A veces, cuando todavía tengo el pulso para sostener la pluma, anoto esas impresiones en mi libreta para retomarlas al cabo de los días en otra explosión de epifanías.
         Cuando llego a pedir una quinta copa es porque algo dentro cruje fuerte. Solo en tres ocasiones he perdido la cuenta de mis bebidas. Las tres, momentos clave en esta existencia no deseada, aunque el recuerdo es más vívido cuando evoco la primera ocasión: mi cuerpo echado sobre el piso, debajo de una mesa, ahogado en alcohol que apenas podía articular palabra.
         Vivo en el alcohol para seguir huyendo de la vida.

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