9 de junio de 2019

153. La paloma


Odio a las palomas. No hay persona en el mundo que me haga cambiar de opinión. De entre todos los animales que me parecen detestables (porque tengo una larga lista), las palomas están en primer lugar.

         Contrario a esa idealización como símbolo de la paz y del llamado “Espíritu Santo” en la tradición judeocristiana, las palomas me parecen las aves más desagradables porque ni siquiera tienen un canto melódico como los ruiseñores o los canarios, son aves muy sucias y dañan los edificios en los cuales se posan.
         ¿Cuántos no hemos sido testigos de episodios en los que una paloma vierte sus excrementos (a veces como una diarrea monumental) sobre los parabrisas de vehículos en marcha e incluso estacionados, sobre los paraguas y sombrillas, encima de la gente, bañándoles el cabello, el rostro, la espalda, con todo ese excremento difícil de borrar por su acidez.
         A propósito del excremento de paloma, para darnos una idea de por qué son odiosas estas aves, traigo a colación un episodio de la serie “Emergency Room” en el que llega una persona con un cuadro clínico muy complicado y dos médicos tienen una sospecha sobre el origen de su malestar. Acuden al departamento donde vive el paciente y descubren que tenía un pequeño huerto cuyo abono principal era el excremento de paloma (sí, lo sé, hay gente inútil a ese grado).
         Yo misma viví un episodio grotesco con las palomas en mi juventud. Iba por la calle muy sonriente, incluso reía con toda la boca abierta, y una paloma decidió que tanta felicidad no era posible, aquí que emprendió el vuelo y justo cuando se acercaba, parece que hizo cálculos matemáticos involucrando la velocidad, la trayectoria, la gravedad e incluso la resistencia por la densidad de materiales y su excremento fue a caer a mi boca.
         Las palomas son las aves más detestables, lo repito. Habitan en los aleros de viejos edificios, muchos con valor patrimonial para la humanidad, y no tienen empacho en descargar sus excrementos sobre la roca para dañarla con sus químicos tan ácidos, sin olvidar esa manía de picotear la piedra y desgastar las estructuras hasta que colapsan.
         He visto fotografías de plazas públicas donde hay parvadas de palomas que se congregan cuando alguien les ofrece migajas de pan. Algunas son estéticamente bellas, las fotografías, pero sigo odiando a las palomas incluso en esas fotografías porque siento que en cualquier momento se transformarán en unos seres malévolos y montarán una escena como la del filme “Las aves”, de Alfred Hitchcock.
         Dejemos de sublimar a las palomas.

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