11 de junio de 2019

160. La pobreza



Las grandes brechas de desigualdad del mundo moderno se manifiestan en un elemento que difícilmente tendrá solución si no existe voluntad de las partes: la pobreza. Lo que me resulta contradictorio es ese afán de romantizar la pobreza para justificar su existencia y conservarla, en lugar de modificar esa circunstancia para quienes viven así.

         Fui pobre y he sido pobre la mayor parte de mi vida. Nada me ha sido otorgado y lo que hoy poseo, aunque efímero, lo he ganado a pulso con el esfuerzo de mi trabajo. Pero eso difícilmente lo entienden aquellos que nunca se han enfrentado a la carencia.
         Por eso me río en la cara de los catedráticos, académicos y vacas sagradas de las universidades que hablan de pobreza y hambre desde sus escritorios de madera de roble mientras fuman algún puro. ¿Qué van a saber de pobreza si se limitan a describirla desde su posición de privilegio (especialmente cuando se trata de hombres blancos)?
         Crecí en las calles, sin un techo para refugiarme del sol inclemente o las lluvias torrenciales, del frío que se cuela entre los huesos o de los peligros que acechan en la noche. ¡Qué manjares pueden encontrarse en los botes de basura, en las rejas de los mercados de abastos o afuera de los restaurantes!
         Esos académicos no entenderían una pobreza en la que no dispones de una estufa para preparar alimentos y tu única alternativa son los desechos ya preparados o que pueden comerse crudos (la mayoría en estado de descomposición). ¿Hay nutrición en la pobreza?, ¿hay condiciones de salud?
         Esas vacas sagradas piensan que la pobreza son aquellas casas de lámina y lonas de campañas político partidistas que se levantan sobre los cerros, invadiendo predios, formando nuevas colonias irregulares que no disponen de servicios como agua potable, drenaje o electricidad. Y sin embargo tienen un techo.
         Hay quienes nunca tuvimos nada, ni siquiera un papel que diera cuenta de nuestra identidad, porque mi primera acta de nacimiento me fue entregada cuando ya tenía treinta y dos años, mucho después de haber pasado de vivir en las calles a convertirme en maestra y luego secretaria.
         Pero mi historia es diferente, no es un patrón de medida sobre la pobreza. Yo pude salir adelante por las circunstancias que viví. Hay quienes nacen y mueren condenados a la pobreza porque a este mundo le hace falta voluntad para abatir las brechas de desigualdad.
         Si se quiere, uno mismo puede cambiar la realidad de otros. El problema es que siempre esperan que otro lo haga porque les faltan huevos para hacerlo por sí mismos.

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