Las grandes brechas de
desigualdad del mundo moderno se manifiestan en un elemento que difícilmente
tendrá solución si no existe voluntad de las partes: la pobreza. Lo que me
resulta contradictorio es ese afán de romantizar la pobreza para justificar su
existencia y conservarla, en lugar de modificar esa circunstancia para quienes
viven así.
Fui
pobre y he sido pobre la mayor parte de mi vida. Nada me ha sido otorgado y lo
que hoy poseo, aunque efímero, lo he ganado a pulso con el esfuerzo de mi
trabajo. Pero eso difícilmente lo entienden aquellos que nunca se han
enfrentado a la carencia.
Por
eso me río en la cara de los catedráticos, académicos y vacas sagradas de las
universidades que hablan de pobreza y hambre desde sus escritorios de madera de
roble mientras fuman algún puro. ¿Qué van a saber de pobreza si se limitan a
describirla desde su posición de privilegio (especialmente cuando se trata de
hombres blancos)?
Crecí
en las calles, sin un techo para refugiarme del sol inclemente o las lluvias
torrenciales, del frío que se cuela entre los huesos o de los peligros que
acechan en la noche. ¡Qué manjares pueden encontrarse en los botes de basura,
en las rejas de los mercados de abastos o afuera de los restaurantes!
Esos
académicos no entenderían una pobreza en la que no dispones de una estufa para
preparar alimentos y tu única alternativa son los desechos ya preparados o que
pueden comerse crudos (la mayoría en estado de descomposición). ¿Hay nutrición
en la pobreza?, ¿hay condiciones de salud?
Esas
vacas sagradas piensan que la pobreza son aquellas casas de lámina y lonas de
campañas político partidistas que se levantan sobre los cerros, invadiendo
predios, formando nuevas colonias irregulares que no disponen de servicios como
agua potable, drenaje o electricidad. Y sin embargo tienen un techo.
Hay
quienes nunca tuvimos nada, ni siquiera un papel que diera cuenta de nuestra
identidad, porque mi primera acta de nacimiento me fue entregada cuando ya
tenía treinta y dos años, mucho después de haber pasado de vivir en las calles
a convertirme en maestra y luego secretaria.
Pero
mi historia es diferente, no es un patrón de medida sobre la pobreza. Yo pude
salir adelante por las circunstancias que viví. Hay quienes nacen y mueren
condenados a la pobreza porque a este mundo le hace falta voluntad para abatir
las brechas de desigualdad.
Si
se quiere, uno mismo puede cambiar la realidad de otros. El problema es que
siempre esperan que otro lo haga porque les faltan huevos para hacerlo por sí
mismos.
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