Si la humanidad viviera con base
en verdades absolutas, hace mucho que nos hubiéramos extinguido como humanidad.
La realidad es que cada cabeza es un mundo y en ese mundo rigen leyes
distintas, aunque conviven en un mismo tiempo y espacio. Esa es la diversidad
de pensamiento y creencia.
Cuando
escuchamos la palabra “dogma” por lo general la primera imagen que nos viene a
la mente es una tradición judeocristiana de verdades incuestionables, aunque la
ciencia tenga evidencias comprobables de que se trata de algo muy distinto.
Es
muy curioso el razonamiento para justificar un dogma. Hay quienes dicen que si
una cosa no se puede comprobar, tampoco se puede negar su existencia. Así fue
como la humanidad creó a sus dioses, como una metáfora del universo que existe
bajo sus propias leyes, aún incomprensibles y desconocidas para la humanidad.
Esa
incomprensión no ha evitado que surgieran los dogmas que hoy conocemos, muchos
de los cuales son etiquetados como “dogmas de fe”, porque solo a través de la
fe (ciega) se puede llegar a creer en algo que no ha sido comprobado, como la
existencia de un Dios único con las características que le ha atribuido la
tradición judeocristiana.
La
virginidad de María es otro dogma de fe, así como la concepción de Jesús (la “inmaculada
concepción”)y otros pasajes narrados en las Sagradas Escrituras de la misma
tradición judeocristiana. El problema es que muchos olvidan que la humanidad es
una diversidad de pensamientos y creencias y que no todos fuimos educados bajo
el mismo sistema de creencias.
De
creer en los dogmas tal cual se nos presentan, creer ciegamente en ellos, hoy
no tendríamos la ciencia como un área de conocimiento que cuestiona la realidad
en la que habitamos. El dogma incluso se contradice a sí mismo cuando se habla
de una creación “a imagen y semejanza” del dogma que predica, pero el propio
dogma se cuestiona sobre sí mismo.
¿Creo
en dogmas? No lo sé realmente. Me cuestiono mi entorno y mi sistema de
creencias de forma cotidiana porque me niego a ser prisionera de algo ajeno a
mi propia esencia. Tengo la impresión de que, en el fondo, hay un dogma que no
puedo erradicar de mi pensamiento: creer que hay algo superior a la comprensión
y entendimiento de la humanidad, un algo que ha dispuesto de este universo con
leyes que escapan a los límites de nuestra comprensión.
No
podría decir que se trate de un dios, un ente superior, una fuerza
extraordinaria, una energía especial. Es un “algo” que aún no puedo definir.
Pero ese “algo” entiende por qué mi renuncia a la existencia y, a pesar del
entendimiento, no me da la voluntad para dejar de existir. Ese es mi dogma.
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