6 de agosto de 2019

214. El detalle


Hay detalles de la vida cotidiana que se quedan grabados muy dentro, más allá de que generen o no felicidad. Son pequeñas memorias que unen el entramado de la vida para darle una secuencia, como mi taza de café cada mañana. Si uno aprendiera a valorar más esos detalles tal vez cambiaría nuestra perspectiva.

         En mi caso no ha funcionado para cambiar esa perspectiva. Detesto (aborrezco) mi vida y mi existencia por otros motivos (ser traída al mundo sin mi voluntad es uno de ellos), pero asumo mi cotidianidad y sus detalles de manera objetiva, los aprehendo y aprendo de ellos para seguir uniendo los puntos de este entramado que es la vida.
         Virginia Woolf solía escribir en sus diarios los pequeños detalles del día a día, incluyendo sus reflexiones en torno a esos detalles, más allá de escribir las grandes memorias en torno al drama que fue su vida.
         Si bien es posible encontrar pequeños trazos de lo que ocurría en su mente y que le condujeron a un final trágico, sus diarios son una especie de tejido en el que descubrimos qué detalles eran de su interés y que nos pueden dar una idea de aquello que era de su importancia.
         Los hay quienes viven del detalle de las, cuyo cantar a primera hora de la mañana les motiva a iniciar una jornada más en sus vidas. Hay quienes, como yo, se decantan por el silencio a las cinco de la mañana mientras beben un café (incluso la selección de café y el espacio físico en el que lo toman influye en esos detalles cotidianos que se entretejen en el día a día).
         Conocí a alguien cuya primera acción al despertar era colocarse la ropa interior (gustaba de dormir en la desnudez para evitar pesadillas), mirarse al espejo unos minutos y contemplar su reflejo, para luego lavarse los dientes y comenzar sus actividades cotidianas. También amaba el café a las cinco de la mañana, amaba escuchar el pasar del tren mientras sentía la mañana fresca al asomarse a la ventana, el cielo aún estrellado y sin rastro del alba.
         Tal vez en los instantes previos a que suceda lo que ha de suceder, estos detalles de nuestra vida cotidiana se vuelven más vívidos porque son las conexiones que nos permite la vida para recordar (y evocar) las grandes memorias que alguna vez marcaron nuestro camino.
         Es probable que nadie me recuerde por mis detalles cotidianos. Solo una cosa es cierta: el silencio a las cinco de la mañana será menos denso una vez que haya partido. Entre todo esto, hay una reflexión con la que me quedo: las personas que te han dado los mejores momentos un día se convierten en una memoria. ¿La ventaja? Las memorias no tienen calorías.

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