17 de agosto de 2019

224. El hastío


Hacia finales del siglo XIX hubo algunas corrientes literarias que hablaban de un hastío respecto a la circunstancia que vivían, un mundo que les generaba cierta repulsión, monotonía, frivolidad, desencanto. Algunos han denominado a esta escritura como Romanticismo tardío, aunque dista en muchos elementos del Romanticismo como se ha caracterizado a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

         En general, el hastío puede entenderse como un fastidio o disgusto, y aunque el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos remite sobre esta palabra a definiciones más vinculadas con un malestar por ciertos alimentos, en la vida cotidiana entendemos más el hastío como un malestar respecto a nuestro entorno.
         Fastidio, disgusto, enfado, cansancio, aburrimiento, tedio, pesadumbre, inquietud. Son palabras que nos ayudan a entender (y describir) el sentimiento o sensación de hastío, como si algo nos hubiera colmado y ya no se soportara más, lo que nos mueve a rechazar eso que nos está provocando el malestar.
         Tal vez por eso los escritores de estos periodos a los que me he referido nos muestran a través de sus obras una especie de desencanto por el mundo, a veces también manifiesto como una crítica social (recuérdese el “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Shelley, o “El Paraíso Perdido”, de John Milton), en una especie de reniego por la circunstancia en la que viven.
         No obstante, creo que cada época tiene sus momentos de hastío. El periodo medieval se afianzó luego del hastío por un periodo de “paganismo” (aunque asimiló muchos de estos rituales en la tradición judeocristiana), tal como fue con el llamado Renacimiento, el Barroco, la Ilustración, el Romanticismo, la época industrial, el periodo de guerra y la posguerra, hasta llegar a las diferentes violencias que imperan en nuestros días.
         Hoy el hastío se manifiesta de otras formas, principalmente a través de las marchas de protesta ante un sistema económico que fomenta las desigualdades. Son marchas que en cada ocasión se tornan más radicales, en una dinámica donde la violencia reproduce la violencia en ciclos que parecen no tener fin.
         Llegará el momento en el que ese hastío se volverá en su contra (nuestra contra) y tal vez (solo tal vez) entonces adviertan que el camino para la paz es muy diferente. Hasta que no entendamos la lección, la humanidad estará condenada a repetir su historia, con el riesgo de extinguirnos en esa dinámica autodestructiva.

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