17 de agosto de 2019

225. El escritorio


Siempre he pensado que la vida no está en un escritorio y, sin embargo, un escritorio puede ser el origen de las principales satisfacciones para la vida de alguien. A veces la vida es una paradoja, una circunstancia que escapa a nuestra comprensión y la descubrimos (o no) en actos cotidianos.

         Ignoro en qué momento de la historia se crearon los primeros escritorios con la función que conocemos. Intuyo que debió ser durante la Edad Media, cuando también se creó la mesa como objeto para disponer de los alimentos, aunque en este caso sería con otra finalidad: servir de apoyo para los escribanos y copistas de manuscritos.
         Generalmente de madera (en sus múltiples variedades), hoy contamos con una amplia gama de diseños y materiales en torno a este objeto que con el tiempo ha conservado su función y en algunos casos la ha ampliado por tener una superficie donde se pueden colocar otros objetos (una de esas variantes es servir de mesa para comer, como hago en ciertas ocasiones en las que decido quedarme en casa en lugar de pagar por un platillo en algún restaurante).
         Varios siglos han pasado desde la creación del primer escritorio y mucho ha cambiado desde entonces. De ser un objeto de manufactura artesanal, con detalles muy elaborados y aplicaciones extraordinarias en materiales a veces inimaginables, hoy tenemos escritorios fabricados en masa porque vivimos una época industrial de consumo a gran escala.
         Escritorios famosos los ha habido, aunque vienen a mi mente solo dos referencias: el escritorio de la llamada “Reina Madre, la Reina Isabel II, y el escritorio albergado en el salón oval de la Casa Blanca, ambos gemelos, de acuerdo con lo que expone cierto filme de Disney sobre cazadores de tesoros y teorías conspiracionistas donde hay mucho de masonería.
         ¿Cuántos documentos se habrán redactado y firmado en ambos escritorios?, ¿cuántos secretos guardarán sus cajones y sus grietas, las motas de polvo, cera y lustre aferradas a la madera (originalmente de un barco)?, ¿de qué cosas hablarían si esos escritorios fueran objetos animados?, ¿cuántos libros, documentos, cartas, diarios y otros textos se habrán escrito en los millones de escritorios que se han fabricado a lo largo de la historia?
         Lo ignoro. Tanto como ignoro la vida de mi propio escritorio, base de metal y superficie de madera comprimida (una ganga, lo recuerdo muy bien). Porque en este escritorio se derraman silencios que en algún momento pudieron ser palabras y decidieron extinguirse, como yo aspiro a extinguirme en algún momento. Y sin embargo sigo pensando que la vida no está en un escritorio, por más años que pasemos aferrados a un escritorio.

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