7 de agosto de 2019

216. La indiferencia


No es pasar de largo como si el otro no existiera. Es tomar conciencia de su existencia y colocarle en un plano de nula relevancia para nuestra propia existencia.

         La indiferencia a menudo se vincula con algunas fases de la depresión (crónica). No sé si pueda definirla (dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que se trata de un “estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado”), aunque trataré de describirla.
         Desde que somos traídos al mundo generamos vínculos incluso con los objetos cotidianos que forman parte de nuestro entorno. Cada elemento en ese entorno despierta en nosotros alguna emoción, ya sea positiva o negativa, rara vez neutral, pero esa emoción es lo que refuerza o distiende los vínculos que guardamos con dichos elementos.
         Así pues, la indiferencia se podría colocar entre esas emociones neutrales en las que parece haberse disuelto el vínculo con algún elemento de nuestro entorno, puede ser un objeto, una persona, una situación. ¿Forma parte de los “desapegos”? Es probable.
         La indiferencia también puede ser un “dejar ir”, sin emoción que nos afecte. ¿Es carencia de emoción? No necesariamente. Responde más a una circunstancia que el mundo moderno ha relacionado más con la insensibilidad, pero la indiferencia tiene que ver más con la percepción de sí mismo que con la relación que uno guarda con el entorno.
         En momentos de indiferencia uno se encuentra en una especie de limbo en el que las emociones (de cualquier tipo) no establecen una conexión con nuestra existencia. Nos movemos casi de forma mecánica, ya ni siquiera por intuición. Son momentos en los que ni la belleza ni la crueldad nos sacuden para “despertar”.
         La indiferencia es como ver un mundo en una paleta de grises, a pesar de haber atestiguado su intenso colorido. Salir de un estado de indiferencia es más un acto de catarsis motivado por un factor externo, algo que prenda la mecha y nos haga reaccionar, regularmente hechos intensos que llegan a exaltarnos.
         He vivido momentos de indiferencia de manera intermitente. Justo paso por un momento así. Algo dentro de mí me indica que debería reaccionar y formar parte activa de mi entorno, pero el mismo interior me hace evadir este entorno y “vivir” de forma mecánica, sin una finalidad que oriente mis pasos.
         La indiferencia es el silencio del espíritu frente al entorno en el que existimos o dejamos de existir.

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