17 de agosto de 2019

226. La despedida


Un “adiós”. Un “hasta luego”. Tal vez un silencio que se prolonga con palabras atragantadas que te queman por dentro. Se suele pensar que las despedidas son tristes. Quizá, pero hay otras que son más un alivio y otorgan paz mental y espiritual. Los apegos no son mi fuerte.

         En setenta y tantos años he vivido muchos momentos de despedida en “lugares comunes” como las centrales de autobuses, estaciones del tren o aeropuertos. Besos, lágrimas y manos que se llaman en la distancia son parte de este ritual de “dejar ir” sin dejar ir realmente.
         No sé si llamarlo vínculos o codependencias, pero podrían ser un hilo que conecta los corazones de quienes se despiden con la esperanza de mantenerse en la memoria y el corazón de cada uno. “Hilo rojo”, le llaman en ciertas tradiciones orientales y representa esa fuerza con la que nos aferramos a la memoria del “otro”.
         Hay despedidas que son temporales. Se manifiestan de forma diferente según las circunstancias que involucran a los que se despiden. La temporalidad puede ser por unas horas, días, semanas, meses o incluso años. Hay despedidas atemporales de las que se desconoce el plazo para un reencuentro. Por lo regular se presentan en espacios públicos y son momentos que nos llevan a recordar ese instante cada vez que volvemos al mismo sitio.
         Hay otro tipo de despedidas que son definitivas. Son las más difíciles de sobrellevar porque durante un tiempo (que puede prolongarse por años, incluso toda una vida) uno se enfrenta al espacio vacío que ha dejado la persona a la que hemos despedido. La muerte de alguien es una de estas variantes de despedida y lleva todo un proceso de sanación (la tanatología surgió con esta finalidad).
         Otra de estas variantes es una ruptura en la que una de las partes decide no continuar con el vínculo, cortar el hilo y “dejar ir”, erigir una barrera en apariencia infranqueable para mantener esa distancia y no querer saber más del “otro”, aunque se trata de una barrera también frágil debido a que sus cimientos están sobre la voluntad, un elemento de la naturaleza humana tan endeble como varita de nardo.
         Reitero: los apegos no son mi fuerte. Se me ha cuestionado por la frialdad en mis despedidas. La espera habita en el umbral de la mañana. Azul acero. Azul de medianoche incrustado en la ventana de los ojos. Azul de angustia sometida bajo el peso de la almohada. Y, sin embargo, al despertar sigue la angustia devorada por el sueño. Despedirme de la vida será otra forma de silencio.

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