7 de agosto de 2019

218. La bienvenida


Sentirse extranjero es doloroso, como reza la canción de Gloria Estefan hablando (sin hablar) de su amada Cuba. Uno se siente vagar por el mundo sin raíces, sin identidad, sin una patria (matria) que ayude a explicar el motivo y el contexto de su existencia.

         Hay ciertos momentos, un hecho en particular, que puede arrancarte lágrimas de conmoción cuando se presentan. Es como si durante un tiempo se hubiera hecho un nudo en la garganta y de pronto ese hecho desatara el nudo y dejara correr todo aquello que ha sido contenido.
         Han dado por llamarle bienvenida y la sola palabra te hace pensar en un abrazo fuerte, intenso, que te estremece cada fibra y te hace sentir que hay un lugar llamado “hogar” que viaja contigo, en el corazón, incluso y a pesar de la añoranza.
         En varios lugares del mundo han hecho de las bienvenidas una especie de ritual y varía en cada localidad. Quizá la más frecuente (y la que otorga mayor confort) es cuando una comunidad, un barrio, un grupo de vecinos se reúnen para organizar una celebración que permita conocer a los nuevos integrantes y presentarse a sí mismos, celebración que a menudo incluye obsequios para el nuevo hogar que ocupará el recién llegado (en mi caso han sido plantas en la mayoría de las ocasiones).
         Este tipo de bienvenidas puede tener otras variantes, por ejemplo, cuando se trata de grandes personalidades o miembros de la diplomacia, para quienes tienen reservados actos solemnes o fastuosos en los que los obsequios pueden ser simbólicos (las llaves de una ciudad, un título honorífico, una distinción) o de un lujo que solo ciertos sectores se pueden permitir. No me inclino por ese tipo de espectáculos. Despiertan menos emociones auténticas.
         Hay otro tipo de bienvenidas que son más crueles, como aquellas que se organizan para recibir a las nuevas generaciones de una institución educativa. Algunas han llegado al homicidio de tan crueles y solo en una ocasión la he vivido, hace muchas décadas, cuando aún vivía en Münich.
         Mi actual hogar ha sido mi refugio desde hace casi medio siglo (en noviembre dentro de dos años se cumplirán cincuenta años). Mi bienvenida fue un poco atípica, con lluvia, el carbón húmedo (habían organizado una carne asada), periodo decembrino en el que la mayoría de las familias suelen reunirse mientras que yo llegué sola, cargada con dos maletas y una sola maceta que aún conservo. Seis personas me abrazaron por turnos y se despidieron luego de breves cortesías para continuar con la cena de Navidad.
         La bienvenida al ser traída al mundo también puede ser una condena repetible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario