4 de julio de 2019

184. La moda


Hace muchos años conocí a una joven que quería hacer su tesis de Licenciatura en Antropología sobre lo que denominó “moda prehispánica”. Cuando escuché el término, me dieron ganas de abofetearla suavemente (con una sartén al rojo vivo). De nada le habían servido tantos años de supuesto estudio si al final demostró que no había aprendido nada.

         De inicio, el concepto de moda (que ha tenido diversos nombres a lo largo de la historia) se concibió durante la etapa de transición entre el Medievo y el Renacimiento, aunque ya desde la antigüedad era frecuente el uso de determinados estilos en el vestuario y maquillajes que llegaron a mostrar tendencia o predominar en el gusto de la población, especialmente en ciertas élites cuya indumentaria demostraba su grado de poder.
         Vuelvo al caso de esta joven estudiante de Antropología y a su término de “moda prehispánica” para hacer énfasis en que tal cosa no existía, pues en dicho periodo la indumentaria atendía más a un uso funcional de las prendas, con variaciones en su manufactura y materiales empleados. En todo caso se podría hablar de estilos en la orfebrería prehispánica, que fue más simbólica y marcó tendencia en estilos para determinadas culturas.
         Una dinámica diferente se presentó en todas aquellas culturas que florecieron en el Mediterráneo y Medio Oriente durante la antigüedad y el periodo Clásico, pues a través de los siglos hubo muchos cambios en la indumentaria y se adoptaron estilos de otras regiones gracias a las caravanas comerciales que intercambiaban mercancías entre las diferentes culturas.
         Recuerdo algunos pasajes sobre Cleopatra, en el siglo I. antes de Cristo, donde se mencionan algunas ceremonias especiales en las que utilizó desde túnicas al estilo griego (semejantes a una columna dórica), egipcio (rectas, con telas de algodón y lino decoradas con bordados de oro) y macedonio (telas vaporosas con muchos pliegues en su manufactura).
         Los estilos cambiaron durante la edad media, donde el decoro estaba reservado para cierta élite (las monarquías), circunstancia que se modificó en los siglos posteriores, especialmente a partir del Renacimiento y la gran pompa que se exhibía en las Cortes. A partir de ese periodo la indumentaria aceleró sus cambios al asimilar diferentes elementos culturales en la confección de las prendas, siempre con la premisa de innovar y marcar tendencia.
         Ya en el siglo XX nos enfrentamos a un fenómeno de globalización que se manifestó en el uniforme y el empleo de la mezclilla para el uso cotidiano, independientemente de la clase social a la que se perteneciera. Hoy la moda es más una industria de fabricación en masa y únicamente la denominada “alta costura” se reserva para quien tiene los recursos suficientes para pagarla, con diseños hechos por pedido y a la medida del cliente.
         Mentiría si dijera que mi vida se ha desarrollado fuera de esta dinámica de la moda. Hasta la prenda de segundo uso atendió a ese fenómeno de producción en masa y tendencias marcadas por la “industria de la moda”. En mi vida he utilizado diferentes estilos y tendencias. Hoy me da igual lo que vista, antepongo la comodidad frente al decoro. Al final la única ropa que vestiremos en la tumba será la piel que se marchita.

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