Hay una cosa maravillosa de la
naturaleza humana que llama mucho mi atención y, he de reconocerlo, he leído
muy poco al respecto. En la vida cotidiana me he percatado de que hay personas
que tienen una especie de don, habilidades por encima del promedio que les
hacen peculiares porque se distinguen del promedio (para bien y para mal).
El
talento es definido por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española (disculparán que me remita tanto a este compendio léxico, pero es
esencial como punto de partida para entender determinados conceptos) como
“inteligencia”, “aptitud” o “persona inteligente o apta para determinada
ocupación” (hay una cuarta acepción, pero no es el contexto al que nos
referimos).
Si
analizamos con detenimiento las acepciones (definiciones) que nos ofrece tal
diccionario, tenemos que el talento sería producto de un trabajo
mental/intelectual o una conducta que guarda afinidad con determinado contexto
o circunstancia, una cualidad que se distinguiría del resto (tal vez) por
múltiples factores que escapan de la definición que nos ofrece el diccionario.
Hay
un dicho que reza: “el que nace para tamal, del cielo le caen las hojas”, como
si la propia sentencia estableciera que el talento es algo innato, una cualidad
con la que se nace y que no necesariamente se desarrolla, como las habilidades
y destrezas que uno aprende para abrirse camino en la vida. Muchas veces he
estado en un conflicto mental por esta frase, pensando que si del cielo nos
caen las hojas, no estamos condenados a ser tamal.
Creo
que en vida una persona puede ser lo que le venga en gana, siempre y cuando
desarrolle las habilidades y destrezas para ello. Pienso que el talento es algo
innato en todas las personas, como si fuera una semilla, pero depende de cada
individuo que esa semilla germine, crezca y dé frutos, porque hay casos en la
historia donde el talento murió siendo semilla, sin llegar a florecer: nunca se
descubrió.
Muchas
de las grandes figuras que han destacado a lo largo de la historia de la
humanidad (al menos las que han trascendido con un nombre) lo han hecho porque
exploraron su creatividad, elemento fundamental para descubrir el talento que
tiene cada persona, y talentos se cuentan por millares porque la naturaleza
humana tiene tantos matices.
¿Tengo
algún talento? Mis ojos son mi principal herramienta. De él depende mi talento
(y mi gran condena): ver el mundo sin filtros, tal como es, no aislado, sino
inmerso en diferentes contextos, circunstancias y cargando historiales que han
configurado diferentes realidades micro bajo una realidad macro. Es mi condena
porque, como Casandra anunciando la caída de Troya, nadie cree en las visiones
de la mujer. El hombre nos ha definido como “animal del demonio”.
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