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Mientras el español peninsular
Gustavo Adolfo Béquer escribía que “poesía eres tú”, la mexicana Rosario
Castellanos decía lo contrario al escribir “poesía no eres tú”.
Hablar
de poesía es meternos en las honduras sin saber nadar, es entrar en una discusión
en términos estéticos, lingüísticos, literarios, sociológicos, antropológicos e
incluso históricos y biológicos que ni siquiera (o rara vez) imaginamos.
Me
parece muy curioso que la poesía, para ser poesía, necesita del aval y
reconocimiento de un grupo de “vacas sagradas” que determinen qué es poesía y
qué no lo es (algo similar a lo que vive el arte). Y más curioso todavía que el
mismo concepto ha cambiado conforme el periodo histórico, la corriente, la
escuela, la formación, la técnica y las herramientas de las que se vale para
“ser poesía”.
No
entraré en discusiones estériles sobre qué es poesía. Me sobrepasa. Sé que
escribo, independientemente de si es poesía o no. Citaré un breve texto que
resume los setenta calendarios y sus lunas respectivas que han conformado mi
existencia:
Saberme espuma,
la sal batida con la tierra,
morir como la nube
–solo
un segundo de belleza–
y así quedar en la memoria:
fragilidad
eterna.
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