Hoy llegamos a la mitad del año.
Lo pienso porque el sistema en el que vivo indica que cada año consta de poco
más de trescientos sesenta y cinco días. Esa es solo una de las múltiples
medidas que nos rigen durante la vida y, sin embargo, ¿cuál es la medida de la
vida?
Una
unidad de medida nos permite mantenernos en canales similares de entendimiento
sobre las proporciones que guarda el mundo. Imagino que para el comercio era
más sencilla la venta de mercancía si se tenían medidas y costos para cada
medida, las cuales debieron ser estandarizadas para extender el mismo referente
a otras latitudes.
Probablemente
al inicio debió ser complicado. En las Sagradas Escrituras de la tradición
judeocristiana se menciona con mucha frecuencia la vara como una unidad de
medida. Hoy intuimos a cuánto equivalía cada vara, pero en aquel entonces ¿cómo
saber de qué tamaño debía ser la vara? Incluso en nuestros días se sigue
aplicando la expresión “meterse en camisa de tres varas” para indicar que uno
se encuentra en un sitio equivocado.
El
mundo debió ponerse de acuerdo sobre el equivalente a un puño, un brazo, un
vaso, una taza, una milla, un segundo, un pixel. Hay tantas medidas que rigen
nuestros días y las integramos de manera inconsciente a nuestra cotidianidad
por ser tan frecuentes. ¿En algún punto nos cuestionamos por esas medidas que
nos rigen?
Se
mide para entender. Contamos los años, los meses, las semanas, los días, las
horas, los minutos, los segundos y no alcanzamos a determinar a cuánto equivale
un instante. Porque en cada medida también existen espacios de indeterminación
que escapan a nuestro entendimiento.
Hace
unos años que se han desarrollado múltiples investigaciones en torno al peso
del alma (otros le llaman espíritu, unos más distinguen entre alma y espíritu)
y concluyen que esta tiene un peso de 17 gramos. Ese es el peso de nuestra
existencia, independientemente del peso que tenga nuestro cuerpo cuando suceda
lo que ha de suceder.
Podría
decir que mi vida está contada en setenta calendarios con sus lunas
respectivas, pero mi perspectiva de la vida es más un cúmulo de instantes y
experiencias que se van anudando en un entramado individual, propio, artesanal.
Llamamos vida al tiempo transcurrido desde el nacimiento hasta la muerte, pero
es una medida que deja de lado el conteo de experiencias que dan sentido a
nuestra existencia.
Ahí
yace la vida, en los espacios de indeterminación que escapan a la medida de la
vida. Hasta el silencio tiene un tiempo para “ser”.
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