Objeto creado a partir de nudos e
hilos entretejidos, la red tiene algunos matices que escapan a su función
utilitaria y al propósito para el que fue creada por la humanidad. En su
“inanimidad”, la red puede ser una metáfora de la vida que atrapa y nos atrapa.
Al
pensar en una red mi mente se remite en primer lugar a su confección: hilos de
fibras naturales como el cáñamo, pero también fibras sintéticas como el
polietileno o el nylon que son entretejidas bajo ciertos patrones diseñados
para crear un entramado cuya única función es contener algo entre sus hilos.
La
pesca motivó la creación de la red, una herramienta eficaz para capturar y
contener la mayor cantidad de peces posible, tanto en agua dulce como salada,
con la finalidad de obtener mayor cantidad de alimento utilizando un menor
esfuerzo, tiempo y recursos.
Tiempo
después la red fue adaptada y reforzada para ser utilizada en capturar a otro
tipo de animales más grandes, con mayores destrezas para escapar y mayor fuerza
para desgarrar o romper los hilos que la confeccionaban. Así surgió la red como
herramienta de cacería, también con el mismo propósito de acopiar alimentos.
Pienso
que la red, aunque invento de la humanidad, se inspiró en las redes que tejen
las arañas, especialmente las que crean patrones llamativos en su entramado y
que también las utilizan desde siempre con el mismo objetivo: reunir alimentos
a través de la caza. La única diferencia entre las redes de las arañas y las
que teje la humanidad son los materiales.
Sin
embargo, estas mismas redes han sido utilizadas para atrapar a otras personas
con diferentes propósitos: para salvar vidas, para retener personas o para
aniquilarlas. El instrumento no es el mal, el mal radica en el uso que se da a
la herramienta que representa una red.
En
la vida cotidiana también tejemos redes en diferentes entramados, a veces sin
darnos cuenta, y las aprovechamos para retener a las personas en nuestra vida,
para evitar que se relacionen con otras personas, para sacar algún provecho de
ellas (equivaldría a la caza con fines alimenticios) o para aniquilarlas.
Hace
mucho eché mis redes al mar de la humanidad, en espera de que alguien cayera en
ellas y me acompañara en esta senda llamada vida. Cada cierto tiempo recojo mis
redes solo para constatar que siguen vacías, a pesar de su entramado elaborado.
Y aunque lloro y me decepciono de la vida, sigo echando mis redes al mar por si
alguien cae y me acompaña en el momento en el que suceda lo que ha de suceder.
En el fondo me aterra el silencio de la muerte.
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