En la tradición judeocristiana,
el séptimo día Dios se dedicó a contemplar su creación y descansó. Actualmente
entendemos ese día como el domingo, aunque hemos olvidado que el domingo es
considerado el primer día de la semana, por ello los judíos utilizan el sábado
como el día de reposo.
Lo
anterior no omite el hecho de que en nuestros días el domingo se dedique al
descanso, en la mayoría de los casos, pues hay empresas que laboran los 365
días del año e intercalan sus días de descanso al distribuirlos entre el
personal a su disposición con guardias para cada turno.
El
domingo tiene aroma a familias y mercados, a televisores encendidos y el horno
de la casa encerrando deliciosos platillos con sazón de hogar. Tiene aroma a
carnes asadas y cervezas bien heladas o infusiones calientes según la temporada
del año. Tiene aroma a productos frescos y coloridos que uno encuentra en los
tianguis que se instalan en las calles exclusivamente este día, con precios que
permiten a las familias ahorrar unas monedas para el gasto cotidiano.
Hubo
un tiempo en que mis domingos comenzaban a las siete de la mañana. El café de
costumbre, aunque dos horas más tarde, a con la luz del sol filtrándose por la
ventana. Luego acudir a misa de nueve, salir una hora más tarde y hacer las
compras en el mercado (dos docenas de claveles rosas y salmón, media pechuga de
pollo, en ocasiones carne molida, cebollas, pimientos, champiñones, brócoli,
naranjas, toronjas, kiwis, queso, miel y otras delicias de temporada).
Más
tarde, alrededor del mediodía, llegar a casa con la inspiración para cocinar
algo íntimo y mientras los aromas se desprendían al calor del fuego, haber
labores domésticas para dar mantenimiento usual a la casa. Una vez hecha la
comida, sentarse a la mesa escuchando algún disco empolvado y recordar otros
tiempos, lavar los platos y sentarse en el sofá a ver alguna película mientras
veía la tarde caer en la ventana y continuaba mi tejido semanal.
Hace
muchos años que esa rutina cambió en mi vida. Como todos los días, despierto a
las cinco de la mañana para pensar en medio del silencio que impera a esa hora
de la madrugada. Escucho el pasar del tren, algunos automóviles que circulan a
esa hora, veo las primeras luces de la mañana en tonos púrpuras y luego azules hasta
llegar a un amarillo intenso.
Preparo
mi taza de café, a veces añado una cucharada de azúcar morena. Enciendo la
lámpara de la sala en mi sillón favorito, enciendo el estéreo y escucho algún
disco olvidado en el reproductor. Escribo algunos pensamientos que me surgieron
durante el sueño y al despertar, me baño, hago las tareas domésticas básicas
(ya ni siquiera me esfuerzo en que todo quede reluciente) y al dar las once de
la mañana tomo mi morral y salgo al expendio a comprar alcohol para encerrarme
en casa a beber durante el resto del día.
No
aspiro a nada. Mi domingo también es sagrado, a mi manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario