Cada 28 de septiembre se
conmemora el Día Mundial contra la Rabia, una enfermedad prevenible gracias a
Louis Pasteur y para ello se han desarrollado numerosas campañas de vacunación
entre animales domésticos. Pero la gran rabia está lejos de ser combatida, por
el contrario, cada día crece más y más y este fin de semana ha cobrado más de
20 víctimas mortales.
En
nuestro imaginario del siglo XX-XXI (generaciones millenial y baby-boomers), la
rabia es una analogía del odio que se manifiesta en numerosas relaciones y
vínculos sociales a los cuales pretender darles justificación (incluso
burlándose, como hizo el hoy presidente Donald Trump en rueda de prensa).
El
Paso y Ohio son dos localidades insertas en este contexto de rabia, un odio que
parecería irracional, aunque dirigido hacia un sector en específico: la
comunidad latina en Estados Unidos. Tal vez muchos piensen que no tiene
relación un tema con otro, pero permítaseme el beneficio de la duda mientras
expongo mis ideas.
Muchos
debimos ver la película 28 días (“28 days later”) y su secuela (“28 months
later”). Básicamente un virus que muta para adaptarse al ADN de la humanidad y
se extiende gracias a los avances de la tecnología. Vi la película en un ciclo
de cine sobre visiones apocalípticas en torno al fin del mundo, ciclo en el que
se incluían otros filmes en los que era frecuente encontrar la figura del
zombie, el muerto envida o el no-muerto que en masa contribuía a la extinción
de la humanidad.
En
mi cabecita que piensa cosas raras se ha formado una idea diferente (una
interpretación) sobre esas representaciones de apocalipsis donde se involucra
un virus, zombies y el fin de la humanidad: la rabia, vista como una analogía
de la cultura del odio que se ha arraigado en la cultura contemporánea desde
diferentes frentes.
Este
fin de semana hubo varios tiroteos en El Paso, Ohio y Chicago, atentados
promovidos por una cultura del odio específicamente hacia la comunidad hispana,
latina; promovida por el Ejecutivo del dirigente de ese país.
En
Europa hemos visto ejemplos similares, aunque con un tratamiento mediático
diferente. Sin embargo, este odio, esta rabia, tienen un detonante: el miedo al
“otro” y la necesidad de extinguirlo antes de que nos afecte, en una especie de
paranoia tóxica que genera más pérdidas de vidas que salvación.
Dudo
mucho que mi vida y mi existencia terminen en un hecho así. Se trata de
contextos específicos donde el odio es un alimento discursivo que prende la mecha
de quienes no requieren mayor motivación para cometer crímenes en nombre de X
encomienda suprema para purificar el planeta.
Ojo
por ojo y nos quedamos ciegos.
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