Sentirse extranjero es doloroso,
como reza la canción de Gloria Estefan hablando (sin hablar) de su amada Cuba.
Uno se siente vagar por el mundo sin raíces, sin identidad, sin una patria
(matria) que ayude a explicar el motivo y el contexto de su existencia.
Hay
ciertos momentos, un hecho en particular, que puede arrancarte lágrimas de
conmoción cuando se presentan. Es como si durante un tiempo se hubiera hecho un
nudo en la garganta y de pronto ese hecho desatara el nudo y dejara correr todo
aquello que ha sido contenido.
Han
dado por llamarle bienvenida y la sola palabra te hace pensar en un abrazo
fuerte, intenso, que te estremece cada fibra y te hace sentir que hay un lugar
llamado “hogar” que viaja contigo, en el corazón, incluso y a pesar de la
añoranza.
En
varios lugares del mundo han hecho de las bienvenidas una especie de ritual y
varía en cada localidad. Quizá la más frecuente (y la que otorga mayor confort)
es cuando una comunidad, un barrio, un grupo de vecinos se reúnen para
organizar una celebración que permita conocer a los nuevos integrantes y
presentarse a sí mismos, celebración que a menudo incluye obsequios para el
nuevo hogar que ocupará el recién llegado (en mi caso han sido plantas en la
mayoría de las ocasiones).
Este
tipo de bienvenidas puede tener otras variantes, por ejemplo, cuando se trata
de grandes personalidades o miembros de la diplomacia, para quienes tienen
reservados actos solemnes o fastuosos en los que los obsequios pueden ser
simbólicos (las llaves de una ciudad, un título honorífico, una distinción) o
de un lujo que solo ciertos sectores se pueden permitir. No me inclino por ese
tipo de espectáculos. Despiertan menos emociones auténticas.
Hay
otro tipo de bienvenidas que son más crueles, como aquellas que se organizan
para recibir a las nuevas generaciones de una institución educativa. Algunas
han llegado al homicidio de tan crueles y solo en una ocasión la he vivido,
hace muchas décadas, cuando aún vivía en Münich.
Mi
actual hogar ha sido mi refugio desde hace casi medio siglo (en noviembre
dentro de dos años se cumplirán cincuenta años). Mi bienvenida fue un poco
atípica, con lluvia, el carbón húmedo (habían organizado una carne asada),
periodo decembrino en el que la mayoría de las familias suelen reunirse
mientras que yo llegué sola, cargada con dos maletas y una sola maceta que aún
conservo. Seis personas me abrazaron por turnos y se despidieron luego de
breves cortesías para continuar con la cena de Navidad.
La
bienvenida al ser traída al mundo también puede ser una condena repetible.
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