Decía Oscar Wilde que la vida
imita al arte, mucho más que el arte a la vida. Pienso que la vida tiene que
ser otra forma de arte, por muy contradictorio que parezca si tomamos en cuenta
que detesto mi vida y mi existencia.
Imitar
ha sido uno de los primeros métodos de enseñanza aprendizaje en la historia de
la humanidad. En general implica la repetición de patrones con resultados
similares y hasta la fecha continúa como un método pedagógico en diferentes
sistemas educativos.
La
idea de originalidad se ha desvanecido conforme pasan los años y no hay más
alternativas que la imitación y la apropiación. Lo hemos visto últimamente en
la industria de la moda, el caso más reciente fue una colección de Carolina
Herrera “inspirada” en los bordados “tenangos” del estado de Hidalgo.
Se
hizo un escándalo internacional en torno al plagio de diseños propios de una
cultura y una región, incluso la diseñadora tuvo que declarar ante los medios y
justificar el diseño de su colección como un homenaje, más que un intento de
plagio, a pesar de que la colección fue comercializada en los costos propios de
una casa de alta costura.
A
raíz de este caso no fueron pocos los artículos en torno a la imitación, el
plagio y la apropiación. Circunstancias similares a lo que puede llegar a
presentarse (y ha ocurrido) en el caso de las bellas artes, principalmente en
la pintura y la escritura.
Tengo
la impresión de que cada vez es más frecuente entrar en este tipo de debates
(discusiones) porque la originalidad e innovación se han reducido en sus
manifestaciones, producto de un mundo que no incentiva la creatividad, pero
tampoco la disciplina o el aprendizaje de la técnica para ello.
Vivimos
en un mundo que podría reducirse a una expresión de Fiodor Dostoievsky: “si Dios
está muerto, todo está permitido”. Han faltado voces críticas que señalen precisamente
esas ausencias en las que se justifica cualquier imitación y falta de
creatividad y técnica.
Por
eso los museos han perdido afluencia de visitantes: exponen objetos o instalaciones
llamadas “arte” cuando muchos (la vieja escuela) vemos que solo se trata de
objetos sacados de su contexto cotidiano y cambian su contexto, pero no hay
creatividad ni técnica, entre otros elementos que podríamos atribuir a la
creación artística, como la armonía, el diseño, la idea de “belleza” con la que
se vinculan, alguna escuela o corriente artística que nos permita seguir un
hilo conductor (no dejaría de parecer imitación, he ahí la importancia de la
creatividad).
A
pesar de todo, sigo creyendo que la vida debe ser otra forma de arte, incluso
cuando se reniega de la vida y la existencia propias: la tragedia de ser a
pesar de no-ser.
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