No soy mucho de tener
expectativas sobre los demás, ni siquiera conmigo misma. No espero mucho, casi
nada. Hacerlo implicaría atenerse a la voluntad, disposición y condiciones de
cumplir de los demás, a sabiendas o ignorantes de lo que uno pueda llegar a
esperar. Y sin embargo espero, cualquier cosa, pero espero.
A
uno se le puede ir la vida en esperar que se cumplan nuestras expectativas
generadas en torno a los demás, en torno al mundo en sí, a todo lo que nos
puede ofrecer. ¿Cuán grande puede ser una desilusión en esos casos en los que
una expectativa se queda en el camino?, ¿es objetivo el sentimiento de malestar
en esos casos?, ¿de quién es la responsabilidad?
Todo
esto se puede englobar en un término: la perfidia, definido por el Diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española como “deslealtad, traición o
quebrantamiento de la fe debida”.
Ya
he hablado de los vínculos que generamos al transitar de la vida, vínculos de
los cuales se derivan esas expectativas que nos generan, diría, ¿esperanza?
Algo similar, como una aspiración donde se involucra el bienestar personal a
partir de una acción de alguien más.
Pero
la expectativa no es gratuita. Aunque hay cierto tipo de personas idealistas
que de cada minuto generan expectativa por voluntad propia (diría más bien por
una codependencia y falta de “huevos” para afrontar la vida tal como se
manifiesta), la expectativa depende en general de dos personas: quien la genera
y la persona que lo espera.
Si
uno no estuviera a la expectativa de lo que otras personas (el entorno mismo,
las circunstancias en las que nos vemos inmersos), la expectativa no tendría
cabida en nuestras vidas, pero tampoco habría lugar a los actos de fe, a la
esperanza del día a día en los actos cotidianos. Viviríamos como autómatas, en
el minuto a minuto, sin pensar en la posibilidad que encierra cada minuto, cada
segundo.
¿Por
qué pensar en la perfidia como una traición a esa expectativa? Uno mismo
permitió la ilusión. Uno mismo es responsable de ese sentimiento, de esa
desilusión, porque esperábamos “algo más” del otro. De haber asumido esa
realidad y su entorno, quizá la expectativa habría sido muy baja, casi
imperceptible, y no generaría un cambio en nuestro horizonte.
La
perfidia solo pone de manifiesto el vínculo y nuestro malestar en relación con
los otros, lo que ellos pueden provocar en nosotros, en nuestra propia
existencia. Incluso el silencio puede convertirse en perfidia de no ser lo
esperado.
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