Hay personas que se refugian en
sí mismas frente a cualquier adversidad. Unas más encuentran ese refugio en
otras personas. Aunque diferentes, comparten una misma circunstancia: la
búsqueda de una fortaleza que les permita enfrentar una adversidad.
El
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece varias
acepciones para este concepto: “fuerza y vigor”, “defensa natural que tiene un
lugar o puesto por su misma situación”, “recinto fortificado”, “en el
cristianismo, una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en vencer el
temor y huir de la temeridad”.
El
resto de las definiciones responden a otros contextos, así que no son
relevantes en este caso. Sin embargo, al menos en estas acepciones podemos
darnos una idea de lo que implica una fortaleza en relación con la naturaleza
humana, como una respuesta frente a una amenaza.
Llama
mi atención la última definición porque ha sido mi primer referente (años más
tarde entendería que “fortaleza” también puede ser un recinto fortificado). No
recuerdo muy bien mis clases de Educación de la Fe (fue hace ya tantas
décadas), pero vienen a mi memoria dos conceptos: “templanza” y “fortaleza”,
esta última como signo distintivo de quienes resisten a pesar de todo y se
mantienen firmes ante cualquier adversidad.
La
fortaleza no solo resulta en fuerza y vigor. También implica la resistencia
para soportar cualquier amenaza y mantenerse de una sola pieza a pesar de las
circunstancias, como un árbol que se aferra a sus raíces profundas cuando se ve
amenazado por la fuerza que pudiera tener un río crecido en temporada de
lluvias.
No
obstante, la fortaleza también esconde una debilidad. Como una de las pinturas
de Frida Kahlo, la fortaleza de una persona puede ser la columna que mantiene su
existencia en pie, columna que ante cada adversidad se enfrenta también a un
desgaste natural, un deterioro que con el tiempo le hace colapsar.
La
fortaleza oculta la amenaza latente de derrumbarse por dentro, que todo aquello
que se protege termine por desaparecer en caso de que falle la resistencia.
Flaquear también es parte de la naturaleza humana, pero sentirse culpable por
la flaqueza en nada contribuye a desarrollar nuestra propia fortaleza.
Yo
pertenezco al grupo de personas que encuentran fortaleza en sí mismas.
Reconozco mis flaquezas. Me ha fallado la resistencia en momentos clave. Y sin
embargo miro el horizonte como la última frontera, ahí donde la fortaleza se
disuelve para entregarse a los brazos de la libertad de ser. Y soy, aunque no
me reconozca en el espejo.
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